VII CONGRESO INTERNACIONAL DE CONVERGENCIA. MOVIMIENTO LACANIANO POR EL PSICOANÁLISIS FREUDIANO. Catalinas Park Hotel. Tucumán 4 al 6 octubre 2018
En Argentina contamos con una ley que permite modificar el documento de identidad de los niños, cambiando de nombre y género para que este coincida con lo que llaman identidad de género autopercibida. Es por esto que planteo como interrogante lo siguiente: ¿antes de la pubertad, con qué recursos cuentan los chicos para decidir ubicarse en un sexo diferente al biológico y elegir cambiar su nombre por uno de otro género?
Parto de las operaciones lógicas necesarias para que el sujeto se ubique con relación a un sexo e interrogo la posibilidad que tiene el niño de decidir más allá del deseo del Otro.
La identidad genérica alude al orden simbólico con que las sociedades elaboran la diferencia sexual. Se cuenta con un sexo biológico y la cultura nomina la ubicación sexual y los atributos que corresponden. Casi todas las sociedades organizan esta diferencia de modo binario, distinguiendo entre masculino y femenino.
El concepto de diferencia sexual es complejo y puede ser abordado a partir de la biología, las ciencias sociales y el psicoanálisis. ¿Qué plantea el psicoanálisis?
Freud afirmó que el niño es un perverso polimorfo y que la bisexualidad es intrínseca al hablante. Distinguió sexualidad de genitalidad y sostuvo que la ubicación respecto de un sexo y la elección de objeto sexual son resultado del tránsito por el drama edípico, las identificaciones resultantes y el posicionamiento ante la castración. Aseveró que antes de la latencia la diferencia se plantea entre fálico-castrado. El pene, que no es el falo, imaginariamente ocupa este lugar de potencia. Su tesis genial de 1923 se actualiza cuando los chicos, que acceden fácilmente a información anatómica, en algún momento creen que todos tienen o deberían tener pene y este pasa a tener valor fálico. Tiempo lógico en el cual la falta que está en juego es la privación y la oposición es entre la potencia y la impotencia, con el telón de fondo de que todo podría ser posible.
En ese tiempo no es viable apropiarse de la diferencia a la que la operación de castración enfrenta. Me refiero a transitar la experiencia de la inexistencia del Otro, de que lo simbólico no puede cubrir lo real. El niño no puede acceder a lo imposible, al no todo, no puede ir más allá de la lógica fálica.
Un niño de seis años pregunta:
—«¿Los chicos pueden tener hijos?», —«No» le respondo, —«¿Porque está prohibido o porque es muy difícil?» concluye —«Porque es imposible» arriesgo —«No entiendo…» confiesa —«De ese árbol ¿pueden nacer conejos?» le pregunto —«¡Obvio que no!, responde riéndose» —«¿Ves?, eso es imposible, ni está prohibido ni es difícil, es imposible»
Recorridos los tiempos lógicos del Edipo se cuenta, en la latencia, con los “títulos provisorios” a la espera de otras operaciones necesarias para que éstos puedan ponerse a prueba, luego de la pubertad, en la escena sexual. El sexo que se declara no es aún la asunción sexual.
En la pubertad, en la segunda oleada de la sexualidad, un goce ajeno irrumpe en lo genital. Este goce, articulado al falo, inaugura un nuevo tiempo ubicando la diferencia entre: masculino y femenino.
Luego, en el largo período de la adolescencia se escribe la historia infantil, y se organiza la gramática del fantasma sosteniendo un modo singular de goce para cada quien.
No hay nada natural ni innato en el hablante que indique lo que hay que hacer ni como hombre ni como mujer. La realidad sexual se construye, lo sexual irrumpe con el lenguaje. Lo cual determina que nunca habrá complementariedad entre los sexos, en el sentido de tal para cual y que el desencuentro es inevitable porque es efecto de estructura. A falta de instinto el acto sexual se sostiene en el fantasma, esta fórmula establece la relación al objeto dando orientación a la sexualidad, organizando los goces. Esto todavía no acontece durante la infancia. Los niños tienen juegos sexuales con otros que son pares, independientemente de su sexo biológico. Por eso desde el psicoanálisis no podemos hablar de hetero u homosexualidad, ni determinar la ubicación sexuada como hombre ni como mujer, en este tiempo.
La identidad de género, que se plantea como previa al reconocimiento de la diferencia sexual, es efecto de la nominación del Otro.
Por eso pregunto ¿cómo pensar lo autopercibido? ¿Cómo suponer una ubicación diferente respecto del sexo biológico y del género que fue asignado, antes del segundo despertar sexual?
Previamente a la conclusión de la infancia si un nene o una nena plantean cambiar el género y el nombre, es nuestra obligación preguntarnos quién o qué está hablando ahí. Porque la realidad se construye, es efecto de discurso.
Tener un cuerpo es un hecho de lenguaje. El sujeto por venir es ubicado, desde el momento en que sus progenitores o adoptantes se enteran de su existencia, en un lugar que será determinante para su posición como hombre o mujer. Cuando se es siendo hablado, intentamos ubicar al sujeto en los decires de sus parientes próximos, situar dónde se juega su verdad, ya que ésta, no sólo se escucha en los enunciados del niño, sino en la enunciación de los otros que hablan por él.
Considero que no hay niños transexuales, sino Otros que dijeron que lo son. Porque fueron nominados y ubicados, para que luego ellos puedan reconocerse en una identificación.
En la neurosis las identificaciones cristalizan en identidades y estas se modifican cuando las identificaciones se conmueven en el recorrido del análisis.
El lenguaje introduce el equívoco, pero son los Otros quienes sancionan la actividad del niño como juego, permitiendo que éste se inicie. Cuando no escuchan equívocos sino certezas, la actividad del niño les hace signo y el sentido queda coagulado. La identidad siempre viene del Otro. Si un nene dice ser una princesa y su Otro decide que eso quiere decir que es mujer, le otorga identidad, lo hace ser.
En muchos casos de nenas “que pasan a ser hombres” o de nenes que “pasan a ser mujeres”, nos encontramos ante la ausencia de juego por la imposibilidad de los adultos para soportar el despliegue de la fantasía infantil porque toca puntos fantasmáticos de ellos mismos.
En otras ocasiones, para algunos chicos, no es una fantasía sino una certeza, ¿un analista confirmaría allí una identidad?. Cuando no hay juego y las vestimentas definen al ser, ¿no deberíamos interrogar qué ocurrió con la identificación, por qué se requiere de otro revestimiento libidinal?. Frente a la disociación entre lo que se ve en el espejo y lo que se quiere ser, es necesario interrogar qué ocurre con el asentimiento del Otro primordial, que allí contraría lo que la imagen especular dice. ¿Cómo se articula lo escópico y lo invocante?
Si un varoncito se dice mujer, antes de haber sido hombre, es indudable que un tiempo fue salteado. ¿A qué obedece esta urgencia por definir una identidad?.
Es ineludible transitar por operaciones que concluyen en la asunción de un sexo; recorrido desde ser hablado, tomar la palabra y poder elegir. Elección que, como no hay instinto podrá ponerse en juego una y otra vez.
El psicoanálisis no sustenta la identidad sexual. Hombre y mujer son posiciones que no resultan de la biología sino de habitar el lenguaje y para cualquier ser hablante está permitido, más allá de sus atributos, inscribirse en la otra parte.[1] La Sexuación es el modo de ubicarse como hombre o como mujer respecto del falo, lo cual permite gozar en posición masculina (fálicamente) o femenina (no-toda fálicamente) en diferentes momentos.
El ser sexuado se autoriza más allá del deseo del Otro, puede decidir modalidades de goce en la relación al otro sexo poniendo en juego la reinvención.
Identificarse en un sexo diferente al biológico y/o al asignado -el cual no necesariamente coincide con el biológico-, puede ser una elección que implique un desasimiento de las marcas del Otro. Posición, efecto de una experiencia respecto de lo imposible, a la cual no se accede cuando los padres reales aún forman parte de la estructura.
Alegar que un niño de cinco años tiene derecho a elegir su identidad sexual es una afirmación simplista que libera de responsabilidad a los padres. El éxito del diagnóstico es que obtura la singularidad, la pregunta, y cierra con la respuesta: el malestar se explica por haber nacido en un cuerpo equivocado para ese ser y la solución es cambiar el nombre y género, contando con la posibilidad de construir otro cuerpo anatómico. Se cambia el género y se reasigna la anatomía en función del género porque se identifica al género con el genital. Cuando la ecuación fálica no opera en el discurso, fálico y genital se confunden, quedan ubicados en el mismo plano.
El niño puede hablar con sentido, pero esto no implica que se haya apropiado de su palabra y lo comprometa, no puede dar testimonio porque todavía su única posibilidad es ser hablado. Son necesarios tiempos de lectura y escritura de las marcas para armar la historia que podrá ser contada como propia. En la infancia, concluir en una identidad, anticipa un destino, salteando tiempos ineludibles.
Sosteniendo los derechos del niño y su libertad, se le supone un Saber que no se interroga. Ubicarlo en otro género pacifica porque obtura la pregunta y la posibilidad del despliegue del deseo, que no es lo mismo que las ganas de definir. Tal vez entre el niño como objeto de protección y control que es decidido por los otros, y el niño portador de derechos que tiene un saber propio a revelar, se está desconociendo lo particular de la lógica de los tiempos de la infancia.
Es efecto de un discurso que sostiene que todo es posible, no soporta la espera y forcluye el tiempo. Se sostiene en una lógica para la cual hay adecuación al objeto, para la cual hay relación sexual.
[1] Jacques Lacan, Seminario 20: Encore, clase del 13 de marzo de 1973, inédito.
Comments