PUBLICADO en LECTURA A DIARIO. LAS REDES SOCIALES. Escuela Freudiana de Buenos Aires. Septiembre 2016
Así como en los tiempos de El nombre de la Rosa, el conocimiento estaba controlado por unos pocos, actualmente la información se comparte y se difunde en instantes. La Biblioteca de Babel infinita que nuestro Borges imaginaba podría ser la red.
Desde la imprenta a la computadora, las transformaciones tecnológicas producen nuevas realidades que determinan el modo en que las identidades se conforman. Las subjetividades cambian según el discurso de la época y, en la nuestra, internet, ha generado nuevas formas de sociabilidad.
Los dispositivos electrónicos y la posibilidad de conexión en redes crearon un nuevo espacio: el virtual. Internet modificó los límites entre los objetos reales y virtuales, haciendo que lo virtual pase a formar parte de la realidad cotidiana. Celulares y computadoras cambiaron el modo de relacionarse; aunque no se esté físicamente en el mismo lugar al mismo tiempo, es posible encontrarse mediante las pantallas, desplazándose como anfibios entre distintos mundos.
Quienes nacieron con estas tecnologías no distinguen sus fronteras de manera explícita. Todos los adolescentes tienen acceso a internet y el principal uso que le dan es para comunicarse. Es así que crean algún perfil en Facebook, Instagram o Twitter, chatean por Whatsapp, hablan por Skype, comparten fotos en Snapchat, suben videos en YouTube, miran series, escuchan y comparten música en Spotify, tal vez construyen un Blog, comentan en los foros. Juegan solos o con otros y además buscan información y hacen la tarea. Esa realidad, en donde se puede estar con varios y en muchos lugares al mismo tiempo sin necesidad de elegir, satisface la fantasía de tenerlo todo.
En la pubertad se opera una verdadera metamorfosis: cambia la forma del cuerpo y nuevas sensaciones lo impactan. En ese momento, en el cual el borde se desdibuja, aparecen todos los desbordes. La realidad del adolescente es efecto de esa alteración del límite que se traduce en las variedades de los excesos e inhibiciones. Oscilan, entre correr riesgos exponiéndose a situaciones peligrosas, hasta quedarse inmóviles y aislados.
Para poder avanzar es preciso cuestionar a quienes ocuparon lugares parentales, el mundo infantil se derrumba y se hace necesario armar una realidad diferente a la familiar.
La adolescencia es un transitar entre lo infantil y lo adulto, pasaje en el cual se genera una nueva realidad que es, entre pares, y que prepara para la salida al mundo adulto. Por eso se buscan otros lugares de inscripción: se inventan lenguajes, se interviene sobre el cuerpo con nuevas escrituras, (cortes, piercings, tatuajes) y el pertenecer a un grupo se hace necesario para que contenga y provea una nueva representación.
Las relaciones con los pares son pasionales y pueden virar en minutos del amor al odio; porque funcionan como espejos, armando la imagen, y también como intrusos, amenazando con sacar el lugar.
Estas situaciones, que se actuaban en la escuela, el club, la plaza, la vereda, ahora también se juegan en el espacio virtual. Allí se presentan, se hacen amigos, se aman y se destruyen.
En los juegos en red pueden armar mundos fantásticos o imitar la vida cotidiana, decidir el destino de los personajes, modificar la realidad a su antojo, experimentando relaciones humanas sin el control de los adultos. Movimientos que producen sensación de libertad e independencia porque tienen la posibilidad de inventarse un cuerpo, un nombre y hacer lo que en el mundo real no les sería permitido, jugando con y contra otros, en situaciones sumamente complejas y planeadas. Algunos juegos son particularmente adictivos, por sus niveles de competitividad, y porque no se puede salir de las partidas antes de que terminen. En su transcurso se pierde la noción del tiempo y, al finalizar, puede dejar un vacío difícil de encauzar hacia otros intereses.
El espacio virtual propone y construye nuevos modos y sentidos de la corporalidad, ya que no es lo mismo jugar al futbol en la cancha que hacerlo en la Play, cuando las sensaciones se producen sin moverse de la silla, no hay modo de descargar la excitación en una actividad física.
La participación en la red contribuye a la construcción de la posición en el grupo. Se pone en juego el ser mirado, escuchado, el tener un lugar valorado en el otro o quedar afuera y ser rechazado. Si un adolescente disfruta de estar con otros, usará estos medios para comunicarse, si la relación con sus pares se le dificulta, tal vez los utilizará para aislarse en el mundo virtual. También logra ser un recurso para relacionarse en quienes tienen dificultades para animarse a salir, preparando para los encuentros reales.
En ese período, en el cual se desea, pero no se sabe cómo acercarse al compañero sexual, los aparatos posibilitan presentarse como se espera ser visto, controlar lo que se va a decir, planeando, a veces con otros, el modo de hacerlo. A través de los perfiles se puede editar cómo mostrarse, jugando a definirse en un momento en el que todo es indefinido.
La mediación de los dispositivos destraba la inhibición, permite contar intimidades que no se mostrarían cara a cara, anima a hacer cosas que no se actuarían en otro espacio, posibilita expresarse y difundir ideas; es así como del diario íntimo se pasa a exponerse en las pantallas ante un amplio y a veces desconocido público.
Las redes sociales tanto pueden producir aislamiento como generar nuevos lazos, ya que no es la tecnología en sí misma lo que aísla o acerca, sino cómo se dispone de ella. El modo en que transcurre la adolescencia, para cada uno, se juega en las redes, al tiempo que la virtualidad da forma a la adolescencia de nuestro tiempo.
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