Coloquio de Verano EFBA 2020. “La escritura en Psicoanálisis y en las artes”
Panel Trazo y ficción
El nombre propio se distingue del nombre común porque este último se encuentra del lado del sentido que concierne al objeto, mientras que el acento del nombre propio está puesto sobre el sonido. [1] Pero si bien el sonido del nombre propio lo distingue del resto, lo que caracteriza al nombre propio es el nexo con la escritura. Por eso, en el Seminario de La identificación, para hablar del nombre propio Lacan se refiere al jeroglífico, al ideograma, a la letra.
El nombre propio es irremplazable. Se escucha cuando percibimos el enlace de la emisión nominante con la letra, cuando se instaura una relación entre una emisión vocal y la inscripción de una marca.
La escritura nace con la negación. Una marca se inscribe diferenciándose del resto, señalando el uno distinto de otro, apuntando a la materialidad de la letra. La letra, identificación parcial que se limita a un solo trazo, es nombrada a partir de su trazado y no de su pronunciación. Entonces, lo que el lenguaje entraña de letra como rasgo distintivo lo muestra el nombre propio por su relación con el trazo, ya que no tiene sentido, no se traduce de una lengua a otra.
Lacan encuentra el nombre propio en el camino de la identificación segunda, al rasgo unario. Asimismo, en tanto está en juego el sonido, se anuda con el goce que lalengua instila dando cuerpo.
El sueño del unicornio o el sueño de la sed de Philippe. “Poor (d) j’e li”
La lectura de Serge Leclaire[2] del sueño del unicornio de Philippe, uno de sus analizantes, es un precioso ejemplo clínico que ilustra el cifrado de las letras del nombre propio. Es la puesta en juego, en el análisis, de las letras que abrevian el deseo y el goce del analizante, elementos esenciales que impulsan, atraen y producen las formaciones del inconsciente.
Leclaire hace un análisis minucioso del sueño, señalando al modo freudiano que en el sueño se escribe el deseo sexual infantil —que resta intacto–, que el relato es un texto jeroglífico y que las imágenes del sueño se leen a la letra al modo del rebús.
El relato del sueño: La plaza desierta de un pueblito, es insólito. Busco algo. Aparece, descalza, Liliana, a quien no conozco, y me dice: “Hace mucho tiempo vi una arena tan fina”. Estamos en el bosque y los árboles parecen curiosamente coloreados con tonos vivos y sencillos. Pienso que hay muchos animales en este bosque y, cuando me dispongo a decirlo, un unicornio (Licorne) pasa delante nuestro; marchamos los tres hacia un claro que se vislumbra, más abajo.
Allí ubica con detalle las asociaciones que incluyen: recuerdos infantiles, evocación de síntomas, surgimiento de fantasmas, evocaciones transferenciales, y se van recortando los significantes que llegan a Licorne: Lili-playa-Sed -huella-piel-pie-cuerno. (Lili–plage – soif –empreinte-peau –pied –corne).
Estas constituyen los significantes del sueño. Los dos extremos de la cadena escriben el famoso Licorne, monumento del fantasma de Philippe y metonimia de su deseo.
El sueño fue suscitado por la sed que Philippe tenía ya que había comido arenques la noche anterior. El sueño representa la sed de Philippe y realiza el deseo de beber.
Unicornio (Licorne) surge de asociaciones alrededor de la plaza desierta, una fuente y el gesto relacionado de colocar las manos en forma de copa para beber el agua que brotaba.
Surge del cuerpo, primer lugar donde se inscribe el trazo. La sed no es ocasional sino metáfora del deseo de Philippe. Lili, la bella pariente, responsable de las primeras sensaciones de seducción, al escucharlo insistir sobre la sed en la playa de su infancia, lo llamaba bromeando: “Alors, Philippe ¿J´ai soif? (Así que “Philippe, tengo sed”), era el modo en que ella lo nombraba. Burla afectuosa que se convirtió en el saludo cómplice en los años siguientes.
La sed, además, habla de la necesidad de mantener la abertura de un deseo que fue colmado hasta el ahogo por una madre excesivamente cariñosa. Deseo de que la sed no sea satisfecha.
Luego, la fórmula mágica, que finalmente confiesa al analista, aparece como un enlace sin significación. “POOR (d) j’e LI” (poor dje li) onomatopeya que Philippe se murmuraba, secreta y gozosamente, acompañada de un movimiento corporal, una especie de voltereta. Esta formula tiene, para Leclaire, un valor animador en el plano muscular… es como un mimo de significante […] constituye la manera como Philippe retoma la voz que lo llamaba por su nombre […] Con la evocación de ese nombre secreto se llega a un término insuperable, desprovisto de sentido. Como uno de esos nudos que constituyen al inconsciente en su singularidad. [3]
Del texto se desprende que ése es el nombre secreto del paciente, son las letras de su deseo. Dan cuenta del goce infantil y constituyen la singularidad de su inconsciente. Letra que fija y a la vez detiene el goce del niño en Philippe, porque el poor deviene de la cantinela materna, “pauvre trésor”, Li en razón de la presencia amorosa de Lili en las vacaciones donde convergen muchas de las asociaciones del sueño.
La sed reenvía al paciente a la nominación. Lili lo nombraba con afecto: Philippe J´ai soif, la madre pauvre…, palabra que tiene la misma música que poor. Los nombres que le fueron dados ofrecen letras para esta construcción.
Poor deviene de los significantes maternos, Li de la bella Lili, tenemos al dje central. Leclaire plantea que este fonema dje, constituiría la grabación literal de los movimientos del cuerpo del sujeto: recuerdos de saltos mortales y piruetas de quien fue siempre inquieto, movimientos agradables de enrollamiento y desenrollamiento infantiles.
De allí se escucha, se lee la fórmula: Poor (d) j’e li como el equivalente a un nombre propio, conjuga la imagen sonora, la marca simbólica, la animación de goce.
Los términos de la fórmula son sensibles en el sentido físico, límite que la letra pone al juego indefinido de la significación. La letra, soporte material que el discurso toma del lenguaje, se articula al cuerpo erógeno. La fijación de la letra, ligada a un movimiento del cuerpo, se enlaza a una animación placentera, pone en juego al goce.
Este nombre secreto que se dio Philippe, en su descomposición, concatenación y asociación, remite a una multiplicidad significativa que conduciría al fantasma.
Leclaire habla de la serie significante que empezando por Lili y terminando en Corne nos llevan a Licorne (unicornio) para hablar del fantasma de Philippe, pero dice que también puede ser una trampa “si (…) dejamos, en un movimiento contrario al del análisis, que los elementos se fijen en una imagen. Lo que importa, por el contrario, es dejar que se despliegue y se agote la intensidad del eco significativo en el despliegue de su reverberación, hasta que se imponga la sequedad del rasgo literal; hay que dejarlo resonar como el llamado de sirena que Philippe se esforzaba por producir silbando en el cuenco de sus manos unidas”.[4] Determinar estos rasgos irreductibles, términos elementales en los que todo eco se apaga, sería el objetivo de un psicoanálisis, la reducción de los significantes a su sinsentido, no la de perseguir y establecer sentidos.
En Lituraterre Lacan afirma que el significante pertenece al orden del lenguaje, la letra al registro de la escritura. Podríamos plantear que el significante se lee, la letra se escribe, también que el sueño es descifrado mientras que el nombre propio es un cifrado que se construye en el camino del análisis.
Es preciso que el Otro nomine para que un sujeto pueda luego apropiarse de un nombre, pero el nombre propio no necesariamente es el que dan los parientes próximos, ni el apellido, que es transmitido, sino que precipita en el trabajo del análisis. Entraña la lectura que el sujeto hace, en transferencia, con esas marcas. Es una construcción del análisis, y las huellas de la transferencia se descubren en esas letras que son efecto de un trabajo de lectura y escritura. Se vincula con el fantasma, representa la cifra ciega de la singularidad del sujeto. Clave de otras formaciones del inconsciente.
Al final del recorrido del análisis, a partir de que esas letras se recortan cuando precipita el acto de escritura, se concluye en un acto de inscripción que permite disponer de las marcas para escribir a cuenta propia, en un acto de reinvención a partir de lo transmitido.
Los análisis concluyen en una escritura que detiene un discurrir, hace tope, introduce un final posible, entraña el testimonio.
De un recuerdo infantil
Alicia estaba en primer grado, aún no había cumplido los seis años, era la más pequeña del grupo. La maestra pidió que lleven libros para leer en clase. Solían leerle a menudo en su casa y, con entusiasmo, llevó uno de sus cuentos preferidos. La maestra lo leyó y dijo que escriban lo que les había contado, después se retiró del aula dejando el libro abandonado sobre el escritorio. Alicia hizo su redacción y después recupero su libro. Al día siguiente, la maestra, visiblemente enojada, devolvió la hoja de cuaderno del cuento de Alicia con una X en lapicera verde que tachaba la redacción y un “visto 0”. “Te copiaste- le dijo triunfante cual Sherlock Holmes con su descubrimiento- sacaste el cuento y lo copiaste, está casi igual”. No quiso escuchar cuando la nena a pesar del susto, le dijo que había escrito lo que recordaba.
Cuando volvió a su casa, llorando, intentó borrar la marca que arruinaba su cuento, pero su bronca e impotencia fue mayor al ver que se había borrado su redacción en lápiz negro y la X estaba intacta.
Con el “visto 0” la firma era de la maestra, maître, amo de la situación.
Cuando rige el discurso del amo el sujeto puede caer en la impotencia o revelarse. Si se rebela, corre el riesgo de responder con el mismo discurso en su inversión; otro camino, a recorrer en el análisis, es el de revelar lo subjetivo, que el otro, como Otro omnipotente, dejaba aplastado.
El paso por el análisis influye en el pasado. La lectura que se haga del pasado lo modifica, lo crea, lo inventa, hace la historia. Freud nos enseñó que los recuerdos infantiles no se descubren, no se encuentran, se construyen sobre las marcas. La memoria supone la represión y su retorno; incluye el olvido. Quien no reprima y no olvide estará condenado como “Funes el memorioso” a no poder contar una historia, a no contarse en una historia.
Historia que, como la verdad, tiene estructura de ficción y se va escribiendo sobre los primeros trazos.
En los últimos tramos del análisis, la caída del Otro se enlaza con la desprendimiento del objeto que fuimos para el otro. Cuando eso pierde sentido, cuando no se está más representado ahí, se reconoce el propio vacío. Entiendo que esto confronta, ya no con la falta sino con el agujero de lo simbólico. No como algo que falta sino como propiedad de la estructura.
Hay entonces un claro registro de la muerte que se pone en juego que es preciso se articule a la creación de lo vivo. Ese límite es lo que exige reinventar a partir de la verificación de lo insoportable que el encuentro con lo real implica. A partir de esos mínimos trazos a los que nos reducimos -siendo necesarias innumerables vueltas y vueltas de blabletas- precipita la letra que permite escribir alguna conclusión que arroja una verdad respecto de la cifra ciega de la singularidad.
Creo que eso es posible cuando el trabajo de análisis se hizo, no solamente en la vía de la caída del Ideal, sino en relación con el objeto, es decir a través del fantasma.
El juego de la identificación, como el fin del análisis, “está suspendido en una alternativa entre dos términos que comandan y que determinan identificaciones” de distinto orden: por un lado, el Ideal del yo, por el otro el objeto “a”.[5]
Las identificaciones se juegan en torno al objeto a, por eso no se trata solamente de develar las identificaciones, sino de conmoverlas en el trabajo con el síntoma. El análisis no apunta a rectificar los ideales, sino que, en el final, se trata de la identificación al sinthome, de saber hacer con el síntoma (symptôme).
Desde allí se redefine la relación a lo que fue el Otro, a los pares. Como efecto puede haber un movimiento respecto del lazo al otro en donde no se trata de la lucha por el lugar, ni del amor por el semejante que nos refleja, sino de sostener la diferencia.
Si se conmueve el Deseo al Otro y la referencia a la mirada, no se está a la espera de reconocimiento.
Cuando no se espera, se ubica otra lógica y cambia la relación al tiempo porque enfrenta a la conclusión. Admitiendo lo que se pierde por esa conclusión. Quedan mínimos sentidos, pocas palabras. Todo se va reordenando y resumiendo a casi nada.
Conclusión que la pienso más en el sentido de la disolución que de un resultado.
Puedo pensar en la caída de la función nominante (como designio) en ese tiempo. Inicialmente es preciso que el Otro nomine para que un sujeto pueda luego reconocerse en ese nombre que se construye en el camino del análisis cuyas letras son efecto de un trabajo de lectura y escritura. Patrón que muestra la tonalidad a sostener en la sutura [6] y presta los elementos para saber hacer con el síntoma. Lo cual permite servirse de esos trazos para reinventar con lo que fue transmitido.
¿Se trata de una travesía desde lo nominante como marca, como designio, a la nominación que haga agujero? [7]
Tal vez podría pensar que ahí donde el sujeto ya no está representado, el agujero del Otro posibilita articular de otro modo el trayecto pulsional.
Las vueltas por el fantasma revelan la dimensión del objeto y hacen caer el ser de sentido que sostenía el fantasma. Eso despliega el tramo final del análisis que se evidencia en el trayecto pulsional, entre el enmudecimiento que hacía consistir al fantasma y el hacerse escuchar.
Sin que parezca una línea a seguir, pero a partir de la experiencia de mi análisis puedo ubicar que el trabajo con la mirada llevó al de la voz.
En esos recorridos me parece que el analista también puede pensarse como una caja de resonancia en el sentido en que permite hacer escuchar la voz que resuena y pasa.
En los tiempos finales ubicaría el trabajo con lo invocante, con ese “objeto caído del órgano de la palabra”; particularmente con el desgaste del súper yo como uno de los destinos de la voz.
Lo invocante se sostiene en el Deseo del Otro, Otro que sostiene y a la vez reclama obediencia y sujeción. Mandato que se disuelve en el final permitiendo gozar de la voz de otro modo.
[1] Jacques Lacan, Seminario 9: La identificación, clase del 20 diciembre 1961, inédito. [2] Cf. Serge Leclaire, Psicoanalizar, Siglo veintiuno editores, México, 1970. [3] Cf. Jacques Lacan, Seminario 12: Los problemas cruciales para el psicoanálisis, lección 13, lección 14, inédito, trad. Pio Eduardo Sanmiguel Ardila y colaboradores. [4] Leclaire, S. (1980). El sueño del unicornio y Psicoanalizar. Nota sobre la transferencia y la castración. En Psicoanalizar: Un ensayo sobre el orden del Inconsciente y la práctica de la letra. México: Editorial Siglo XXI. p. 112 [5] Cf. Jacques Lacan, Seminario 12: Los problemas Cruciales para el Psicoanálisis, lección 8, 3 de febrero 1965, inédito, trad. Pio Eduardo Sanmiguel Ardila y colaboradores. [6] Lacan, Seminario 12 . “… el punto de la botella de Klein donde ese POOR (d) J’e-LI ha de inscribirse, es en el […] el orificio de reversión a través del cual, al tomar cualquiera de los lados en cuestión en esta doble entrada de la botella de Klein siempre al envés de la una le corresponde el derecho de la otra e inversamente. La función del POOR (d) J’e-LI […] es la de un patrón que muestra cómo, con qué, debe hacerse la sutura. [7] Lacan, J., Seminario 22, RSI, Clase del 15 de abril de 1975, traducción y notas Ricardo E. Rodriguez Ponte, Inédito, p. 113. La nominación es el cuarto elemento. La nominación de la cual se trata parte de la marca, de la traza de algo que entra en las cosas y las modifica en la partida de su estatuto mismo de cosas.
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