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Foto del escritorMariela Weskamp

JORNADAS SOBRE EL PASE EN LA ESCUELA

Actualizado: 18 ago 2020

Jornadas sobre el Pase en la Escuela. EFBA 2019.

Panel. Padre y fin de análisis. Liliana Aguirre, Benjamín Domb, Mariela Weskamp. Coordinación: Clara Cruglak

Quiero agradecer al Cartel de Recepción por la organización de estas Jornadas y en particular a Clara Cruglak que fue quien me invitó a participar de esta mesa.

Cuando me cursó la invitación, dijo que lo hacía a partir de mi experiencia como pasadora; lo cual me llevó a hacer una mínima lectura de lo que fue dicha experiencia dentro del dispositivo del pase.

En el momento en que me propuse para transitarla, lo hice sin haber leído demasiado sobre el tema y al momento de pensar sobre la experiencia me propuse hacerlo a partir de algunos de sus efectos.

Puedo decir que se trató de escuchar el testimonio en abstinencia, sin intervenir, interpretar, comentar. Cercana al encuentro con un colega, con un par, pero diferente ya que intenté privarme de comprender.

Recuerdo haberme preguntado ¿cómo saber cuándo terminan estos encuentros? Luego, el momento de la conclusión fue claro tanto para mí como para el pasante. También recuerdo sentir que estaba recibiendo una donación que debía entregar con gran cuidado.

En el tiempo siguiente intenté leer a la letra eso que fue escuchado, a quienes conformaban el jurado. Encontrando necesario que todos los que participen en el dispositivo estén despojados de sus prejuicios y de su fantasmática, de otra manera se obstaculiza la transmisión.

Ahora pienso al lugar del pasador como una caja de resonancia, en ese momento el eco fueron dos formaciones del inconsciente: un sueño casi alucinatorio y un acto fallido.

Agradezco el haber transitado esta experiencia, que me afectó, porque entre otras cosas, lo que diferencia un grabador de la caja de resonancia, es que dichas formaciones del inconsciente tuvieron repercusión en mi análisis.

Respecto del título de esta mesa: padre y fin de análisis, voy a leerles un estado de ideas que se me fueron ocurriendo y algunas preguntas.

Lacan inventó el dispositivo del pase para dar testimonio del final del análisis y de la manera en que se deviene analista, confiando en que ahí podría haber transmisión del psicoanálisis.

Entonces, creo que el primer asunto es: ¿qué entendemos por fin respecto del camino del análisis? Que se trate de El fin, o de un final posible es una cuestión que orienta la idea del pase y de la transmisión en sentidos muy diferentes.

El fin, en el sentido de un objetivo, o de llegar a un punto en que algo se consuma, se termina idealmente, presume la idea del encuentro.

En tanto que un final posible porque confronta a cada uno con el límite radical de lo que de su estructura puede escribirse, situaría lo rico de la experiencia en el trabajo con el testimonio, con esa donación que alguien hace, incluso más allá de la nominación.

Se espera, de la transmisión de esa conclusión, que puedan leerse las operaciones lógicas efectuadas en el análisis que permitieron el devenir, del síntoma, a la identificación al sinthôme. Respecto del testimonio de estas operaciones: si se supone que se otorga un título de analista a una persona entramos nuevamente en el campo de lo instituido, mientras que, si se trata de una escritura del pasaje de analizante a analista, del saber hacer con el síntoma, del trabajo con el fantasma, la transmisión es posible.

¿Cómo hacer pasar, cómo transmitir la experiencia del inconsciente?

Solamente puedo pensarlo a partir de la experiencia de mi análisis y en un trabajo de escuela.

La posibilidad de obrar con la experiencia del inconsciente diferencia la tarea en la institución del trabajo de escuela. Escuela que sabremos, si hubo o no, por los efectos producidos.

En las instituciones psicoanalíticas hay un intento de hacerse reconocer en el plano del saber, mientras que el trabajo de escuela va en una dirección diferente a la de buscar el reconocimiento.

Para prestarse a esa experiencia (a ese intento de transmisión) entiendo que se trata de ser incauto y no querer saber antes de recorrerla.

¿Hay un saber respecto del fin del análisis?

La acumulación de conocimiento se enseña, mientras que lo que se transmite es el saber hacer con ese saber agujereado por la imposibilidad. Si se acepta la deuda que la castración instaura, se transmite sostenido en esa imposibilidad.

Como no hay articulación del saber si no se lo transmite, algo se intenta decir de esa experiencia.

Lo que tiene valor fálico es la potencia, que podemos ubicarla imaginariamente en diferentes lugares. La imposibilidad no tiene ningún brillo fálico. Si el fin de análisis hace relucir, evidentemente se trata de otra cosa.

Idealizar El fin como un pasaje a un tiempo de superación asintomática, a una dimensión de liberación deseante, de liviandad sublimatoria, de dominio del goce, sería hacer desaparecer lo más incalculable del pase o hacer del psicoanálisis una religión.

Lo cual también ocurre cuando nos ubicamos como parte de una parroquia que avanza en conjunto hacia una misma dirección. Cuando se afirma un enunciado porque Freud o Lacan lo dijeron, sin posibilidad de interrogarlo, o cuando no se puede hacer lectura de un texto porque la persona que lo escribió es de un discurso que se ubica imaginariamente como enemigo.

Lo transmisible del psicoanálisis es correlativo de la caída de ideales que fascinaron y a los que se seguía sin cuestionar. Por eso no se trata solo de contenidos sino de la enunciación que soporta el decir.

Transmitir es conducir o ser el medio a través del cual se pasa algo desde un lugar a otro, es dejar pasar; también es un traspaso, en el sentido de ceder el derecho, dominio o atribución que se tiene sobre algo. La transmisión necesariamente pone en juego el perder algo para cederlo a otro (¿pone en juego alguna forma del amor?).

En los recorridos del análisis, caen identificaciones, lo cual implica momentos difíciles de despersonalización; se conmueven los ideales, se confronta con que el Otro no existe, esto afecta al cuerpo transformando los goces. Se va escribiendo la particular gramática que sostiene el fantasma. El saber hacer con lo sintomático de cada uno, no se aprende en la teoría, se produce en el análisis.

Falta-agujero-vacío

La castración introduce la falta en lo simbólico, el punto crucial es que, no es lo mismo que esta operación sostenga un discurso o que nos apropiemos de sus efectos.

La relación a la falta es solidaria de la posibilidad de pasar del saber a la verdad, ya que esta nos confronta con lo real, con lo imposible.

El agente de esta operación es el padre real que transmite la imposibilidad de estructura de obturar la falta en el Otro; lo imposible del todo sentido hace caer la lógica de la potencia-impotencia. Por eso, el analista cumple con esa función, al sostener que no hay universo de discurso, no hay punto de clausura, sino una hiancia irreductible. Cuando el discurso del analista opera (el saber ocupa el lugar de la verdad) articula una lógica de la incompletud y la consecuencia de esto es confrontar con el no-todo.

Es así como leo la tan mentada frase lacaniana de ir más allá del padre a condición de servirse de él: soportar que lo simbólico no puede dar cuenta de lo real. Pero aún así seguimos sujetados al lenguaje y, sosteniendo la inexistencia de la significación definitiva, nos mantenemos dentro del sentido, de lo contrario enloqueceríamos. El Otro no está encarnado pero estamos en el lenguaje, pudiendo crear, gozando de lalengua.

Ir más allá del padre es la posibilidad que cada uno tiene de crear con el vacío que lo habita.

Claramente no estamos hablando del padre de la infancia, del progenitor o del que ocupó ese lugar, ni de sexo biológico hombre, ni de género masculino, ni de filiación.

En el tramo final del análisis, no se trata de la historia familiar de cada uno, del Edipo, del sentido y de la significación fálica. Hacer el pase no es hacerse historiador de uno mismo. Aunque el armado y desarmado de la historia es necesario. Creo que justamente lo que cae es la mitología edípica que va siendo contingente, va perdiendo el sentido.

Ir más allá del padre no lo entiendo solamente en el sentido de la castración en el Otro que impulsa el deseo, sino en el trabajo con desgastar el goce.

Puede ser muy angustiante la vivencia de que el Otro no está encarnado. La experiencia de que no hay garantías puede llevar a la máxima soledad. Por un lado el alivio por el cese del pedido de aprobación, pero por otro lado, si cae la pregunta sobre ¿qué se espera de mí?, el sentido de ¿a quién respondemos?, ¿a quién nos dirigimos? Si no estamos ya sujetos a la demanda, y en otro tiempo, al deseo del Otro, ¿qué nos sostiene?

Cuando quién no existe y cae el lugar de garantía, dejamos de estar sostenidos en el deseo del Otro y es preciso recrear esto.

En ocasiones como respuesta nos encontramos con el descreimiento. Algunas veces se arma como una tragedia o la revelación de que se espera nada lleva al derrumbe melancólico.

La tachadura del Otro se enlaza con la caída del objeto que fuimos para el otro. Cuando eso pierde sentido, cuando no se está más representado ahí, se reconoce el propio vacío. Entiendo que esto confronta, ya no con la falta sino con el agujero de lo simbólico. No como algo que falta sino como propiedad de la estructura.

Hay entonces un claro registro de la muerte que se pone en juego que es preciso se articule a la creación de lo vivo.

¿Se podría pensar que la ubicación de la falta lleva a la caída fálica y el agujero al trabajo con el objeto?

Ese límite es lo que exige reinventar a partir de la verificación de lo insoportable que el encuentro con lo real implica. A partir de esos mínimos trazos a los que nos reducimos -siendo necesarias innumerables vueltas y vueltas de blabletas- precipita la letra que permite escribir alguna conclusión que arroja una verdad respecto de la cifra ciega de la singularidad.

Creo que eso es posible cuando el trabajo de análisis se hizo, no solamente en la vía de la caída del Ideal, sino en relación con el objeto, es decir a través del fantasma.

El juego de la identificación, como el fin del análisis, “está suspendido en una alternativa entre dos términos que comandan y que determinan identificaciones” de distinto orden: por un lado, el Ideal del yo, por el otro el objeto “a”. [1]

Las identificaciones se juegan en torno al objeto a, por eso no se trata solamente de develar las identificaciones, sino de conmoverlas en el trabajo con el síntoma. El análisis no apunta a rectificar los ideales, sino que, en el final, se trata de la identificación al sinthome, de saber hacer con el síntoma (symptôme).

¿Saber hacer con el síntoma sería la cura de la neurosis? ¿Es posible pensar en la disolución de la neurosis?

Desde allí se redefine la relación a lo que fue el Otro, a los pares. Como efecto puede haber un movimiento respecto del lazo al otro en donde no se trata de la lucha por el lugar, ni del amor por el semejante que nos refleja, sino de sostener la diferencia.

Lo cual se dice mucho, pero raramente ocurre en nuestros grupos de analistas.

Si se conmueve el Deseo al Otro y la referencia a la mirada, no se está a la espera de reconocimiento.

Cuando no se espera, se ubica otra lógica y cambia la relación al tiempo porque enfrenta a la conclusión. Admitiendo lo que se pierde por esa conclusión. Quedan mínimos sentidos, pocas palabras. Todo se va reordenando y resumiendo a casi nada.

Conclusión que la pienso más en el sentido de la disolución que de un resultado.

Puedo pensar en la caída de la función nominante en ese tiempo. Inicialmente es preciso que el Otro nomine para que un sujeto pueda luego apropiarse de un nombre, el nombre propio es un cifrado que se construye en el camino del análisis y las huellas de la transferencia se descubren en esas letras que son efecto de un trabajo de lectura y escritura.

A partir de que esas letras se recortan cuando precipita el acto de escritura, se concluye en un acto de inscripción que permite servirse de las marcas para escribir, reinventando con lo que fue transmitido.

El superyo en el fin del análisis. La voz y la autoridad. El trabajo con la voz.


Tal vez podría pensar que ahí donde el sujeto ya no está representado, el agujero del Otro posibilita articular de otro modo el trayecto pulsional.

Las vueltas por el fantasma revelan la dimensión del objeto y hacen caer el ser de sentido que sostenía el fantasma. Eso despliega el tramo final del análisis que se evidencia en el trayecto pulsional, entre el enmudecimiento que hacía consistir al fantasma y el hacerse escuchar.

Sin que parezca una línea a seguir, pero a partir de la experiencia de mi análisis puedo ubicar que el trabajo con la mirada llevó al de la voz.

En esos recorridos me parece que el analista también puede pensarse como una caja de resonancia en el sentido en que permite hacer escuchar la voz que resuena y pasa.

En los tiempos finales ubicaría el trabajo con lo invocante, con ese “objeto caído del órgano de la palabra”; particularmente con el desgaste del súper yo como uno de los destinos de la voz.

En la Identificación primaria, (al padre decía Freud, a lo real del Otro real, propone Lacan) se incorpora un vacío que permitirá, a su vez, la caída de la voz, distinguiéndola del sonido.

La posibilidad del armado del circuito invocante que permite gozar del objeto a voz, se vincula con el tiempo primero de la identificación a lo real del Otro real, en la cual se incorpora el vacío que permite incorporar al lenguaje como simbólico, como alteridad.

Lo invocante se sostiene en el Deseo del Otro, Otro que sostiene y a la vez reclama obediencia y sujeción. Mandato que se disuelve en el final permitiendo gozar de la voz de otro modo.

¿Se trata de una travesía desde lo nominante como marca, como designio, a la nominación que haga agujero? Dado que la nominación de AE no nombra un logro, un atributo, sino la producción de ese vacío.

marielaweskamp@gmail.com

[1] Cf. Jacques Lacan, Seminario 12: Los problemas Cruciales para el Psicoanálisis, lección 8, 3 de febrero 1965, inédito, trad. Pio Eduardo Sanmiguel Ardila y colaboradores.

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