JORNADAS TRAZO. PARENTALIDADES 27 Septiembre 2019. Invitadas: Graciela Berraute, Mariela Weskamp
Con la nominación: infancia trans ¿no estaremos creando un nuevo diagnóstico para la infancia?
Me interesa pensar qué cambios pueden plantearse respecto de la sexualidad en la infancia en esta época y qué hay de invariante, de estructural que se sostiene en el tiempo.
Nuestro tiempo no es el de Freud ni el de Lacan. Cada época sostiene diferentes discursos que producen distintos síntomas. Los seres hablantes le damos existencia a las cosas, creamos realidades, y los sujetos son efectos de esas realidades[1]; cuando un fenómeno empieza a viralizarse nos demuestra que responde al discurso de la época.
En nuestro país, desde el año 2012 contamos con la ley de identidad de género[2] que por el articulo 5 permite a los chicos cambiar su documento de identidad para que este coincida con lo que llaman identidad de género autopercibida. Luana fue el primer caso en el mundo de un nene que nació con genitales masculinos y a los seis años pasó a tener un DNI como mujer y con un nombre que ella misma propuso.
La pregunta que inmediatamente me surge es ¿qué recursos tienen los chicos en la primera infancia para decidir ubicarse en un sexo diferente al biológico y cambiar su nombre por uno de otro género?
Dos cuestiones fundamentales para poner el tema en discusión:
1. Las operaciones lógicas necesarias para que alguien se ubique con relación a un sexo
2. La posibilidad que tiene el niño, en este tiempo, de hablar en nombre propio, de decidir más allá de lo que le está siendo transmitido.
1. En principio es importante distinguir la diferencia genérica de la diferencia sexual
a. La diferencia genérica es el modo en que las sociedades hacen lectura de la diferencia anatómica y se construye históricamente con lo que se ha ido considerando como masculino y femenino. Partimos de un sexo biológico y la cultura nomina la ubicación y los atributos que le corresponden. Dado que casi todas las sociedades hablan y piensan binariamente, sobre este principio de oposición se organiza la diferencia genérica.
El sexo remite a las diferencias biológicas; pero para el psicoanálisis la diferencia sexual no es la biológica ni el género, sino que depende de la sexuación. La sexuación es el modo de ubicarse como hombre o mujer respecto del falo, lo que permite gozar en posición masculina (todo fálico) o femenina (no toda fálica) en diferentes momentos.
La sexuación implica una decisión de identificación sexuada que no está totalmente determinada por la anatomía ni por el género, por lo que fue transmitido.
Cuando hablamos de cuerpo en psicoanálisis no nos referimos al soma, al organismo biológico con el que nacemos, sino a ese cuerpo que fue mirado, nombrado, tocado, hablado, por lo tanto, libidinizado, erogenizado, por quienes recibieron a un bebé cuando vino al mundo, la pulsión, las zonas erógenas del cuerpo, surgen a partir de la relación con quienes se ocupan de la crianza. Un sujeto por venir, desde el momento en que su familia se entera de su existencia, es ubicado, inconscientemente, en un lugar que contribuirá a su posición como hombre o mujer.
El psicoanálisis plantea que se nace con un soma y el cuerpo se construye en la relación con los otros.
El ser humano no cuenta con el instinto, como los animales, entonces la ubicación como hombre o mujer y la elección de objeto sexual son resultado de las identificaciones edípicas, de la posición frente a la castración, y del modo de ubicarse respecto al encuentro con el Otro sexo. Lo cual es posible a partir de la pubertad.
Dado que hay varias formas de familias quiero aclarar que cuando hablo de padres me refiero a funciones que pueden encarnarse en una o varias personas y que no necesariamente deben tener un vínculo consanguíneo con el niño. Además, la función, no depende ni del sexo anatómico, ni del género de la persona en cuestión.
¿Qué podemos decir de la sexualidad en la infancia?
Freud fue revolucionario (disruptivo) para su época planteando la sexualidad en el bebé y diferenciándola de la genitalidad. Afirmó que la sexualidad en la infancia no tiene orientación, puede tomar cualquier forma y los primeros objetos sexuales son los padres. En ese tiempo no se pone en juego la genitalidad como ocurre a partir de la adolescencia cuando el acto sexual es posible. No estamos frente al goce de la sexualidad como los adultos lo entendemos.
En tiempo preescolares (antes de la latencia) la diferencia para los chicos se plantea entre los que tienen o no tienen pene y ese órgano aparece en un lugar central porque imaginariamente representa la potencia. Hay un tiempo en que para el niño, ser mujer no coincide con la falta de pene. Tiempo lógico en el cual la falta que está en juego es la privación y la oposición es entre la potencia y la impotencia, con el telón de fondo de que todo podría ser posible. En ese tiempo no es viable apropiarse de la diferencia a la que la operación de castración enfrenta, me refiero a transitar la experiencia de la inexistencia del Otro, de que lo simbólico no puede cubrir lo real. El niño no puede acceder a lo imposible, al no todo, no puede ir más allá de la lógica fálica.
Además, como no hay aún orientación sexual, los chicos tienen juegos sexuales con otros, pero, aunque sean de diferente sexo biológico, para ellos son pares. Por eso en este tiempo no hay elección de objeto: homo o heterosexual. No podríamos afirmar que un niño es gay, ni determinar que se ubique como varón ni como mujer porque investigue con niños del mismo sexo biológico o diferente.
Recorridos los tiempos lógicos del Edipo se cuenta con los “títulos provisorios” a la espera de otras operaciones necesarias para que estos puedan ponerse a prueba en la escena sexual con alguna pareja.
Esto es posible recién a partir de la pubertad cuando se produce la segunda oleada de la sexualidad. Momento en el cual el cuerpo se transforma, un goce ajeno irrumpe en lo genital, goce que, articulado al falo inaugura un nuevo tiempo ubicando la diferencia entre masculino y femenino y permite el encuentro sexual.
En el largo período de la adolescencia se hace lectura de lo que fue la historia infantil, se cuestiona a los padres que dejan de ser referentes de saber y se elijen objetos sexuales fuera de lo familiar. Se organiza la gramática del fantasma sosteniendo un modo singular de goce para cada quien.
Para el psicoanálisis, como no hay instinto, la realidad sexual ingresa con el lenguaje se construye. No hay nada natural ni innato en el ser humano que indique lo que hay que hacer ni como hombre ni como mujer. Lo cual determina que nunca habrá complementariedad entre los sexos, en el sentido de tal para cual, de encontrar la media naranja. Como no hay instinto tampoco hay una orientación sexual predeterminada y esta siempre puede cambiar.
El psicoanálisis contrariamente a ser heteronormativo, plantea que la bisexualidad es intrínseca al ser humano y que no hay una norma y un trastorno.
2. Respecto a la posibilidad que tiene el niño de hablar en nombre propio
En la primera infancia los niños depende necesariamente de sus padres, no solo por cuestiones prácticas sino porque estos están formando parte de su estructura, por eso, en nuestra clínica hacemos un trabajo articulado con los chicos y sus familias.
Una escena de la vida cotidiana ilustra ese tiempo en el que los chicos son hablados por los adultos que lo sostienen.
Le pregunto a una nena de tres años en una reunión social “¿Tenés muchos amigos en el jardín?” “Sí -contesta- Male, yo y Cata”. Otro invitado le pregunta: “¿Tenés novio?”. “No, -contesta la mamá- porque dice que le gustan las chicas, mira a chicas en la tele y dice que son sus chicas. Le dije que no hay drama, si le gustan las chicas yo voy a respetar su decisión”.
No sabemos qué le significa a esta nena que le gusten las chicas. Los adultos presentes, suponían que podía tener novio y a la mamá que le gusten las chicas le sugiere pensar que podrá elegirlas como objeto sexual y le avisa que está dispuesta a que ocurra. Suponiendo que le da libertad para elegir, anticipa.
Si escuchamos a la nena nos enteramos en qué tiempo se encuentra. Dice: “Male, yo y Cata” muestra que todavía no puede descontarse de la escena, no puede hablar de ella misma. En ese tiempo aún no se puede hacer lectura de las marcas que vienen del otro.
Inicialmente son los otros quienes distinguen, reconocen, nominan, luego el sujeto va a hacer una lectura de lo que recibe y hará su propia interpretación. Que alguien pueda decir “yo soy ese” es consecuencia de cómo entendió que fue nombrado, mirado, deseado inconscientemente por sus parientes próximos.
Esto no tiene que ver con algo voluntario, cuando hablamos de deseo no nos referimos a las ganas, a lo que se dice querer, el deseo es inconsciente y depende de la historia de cada uno de los padres y es algo que se va escuchando en la enunciación, no es lo que se dice.
Por eso pregunto ¿cómo pensar lo autopercibido? y ¿Cómo suponer una ubicación diferente respecto del sexo biológico y del género que fue asignado, antes del segundo despertar sexual de la pubertad?
Previamente a la conclusión de la infancia si un nene o una nena plantean cambiar el género y el nombre, me parece importante que nos preguntemos quién o qué está hablando ahí.
Los criterios para afirmar que un niño es trans se basan en cuestiones como que: prefieren las vestimentas, los juegos y compañeros del otro sexo. Tienen malestar con el propio sexo o sentimiento de inadecuación con su rol, sienten que sus genitales son horribles y quieren sacárselos.
La cuestión es cómo nosotros le damos sentido a esas acciones. Si de antemano pensamos que eso quiere decir que es trans, estamos anticipando algo y tal vez produciéndolo.
Es importante ser cautos para no etiquetar a los chicos a partir de fenómenos que son consecuencia del discurso de la época y evitar el diagnóstico sostenido en estos comportamientos. El enfoque tradicional de los atributos que corresponden al género masculino/femenino ya no se puede mantener actualmente, e incluso algunos discursos, como el Queer, proponen que no haya diferenciación genérica.
Respecto de la vestimenta: no siempre para un nene usar vestidos cumple la misma función: puede responder a una identificación a la madre, lo cual no necesariamente lo ubica como mujer o podría tratarse de travestismo que es cuestión.
Ahora, si el ser se define a partir de las vestimentas y un nene se angustia cuando le quitan el vestido como si se tratara de su propia piel, convendría preguntarnos qué ocurrió con la identificación. Sabemos que se cuenta con la identificación simbólica. porque se inicia el juego de personajes y los chicos pueden jugar a ser como…, sabiendo que no lo son, pueden divertirse con el disfraz. Pero cuando no se dispone de esta identificación, los atributos definen al ser y entonces alguien podría tirarse por el balcón porque el disfraz de hombre araña lo hace ser.
Tal vez sea esto lo que ocurre en el fenómeno trans cuando aparece ese estereotipo de lo femenino con los atributos: princesa, rosa, brillos, vestidos (que por otra parte no definen el ser mujer).
Cuando un varoncito se viste con ropas “de mujer” ¿Eso debería significar, para nosotros que es una mujer atrapada en un cuerpo de varón? En un posible trabajo clínico ¿No deberíamos dar tiempo para ver de qué se trata e intentar introducir el juego?
Inicialmente son los padres quienes sancionan la actividad del niño como juego y permiten que éste se inicie. Cuando no escuchan equívocos sino certezas esta actividad les hace signo y el sentido queda coagulado. Entonces si un nene dice ser una princesa y ellos o quienes los asesoran deciden que eso quiere decir ser mujer, lo afirman, le otorgan identidad, lo hacen ser.
En mi experiencia de trabajo he escuchado a niñas afirmar ser varones o viceversa. En muchas ocasiones escuché la inquietud de padres respecto de la sexualidad de sus hijos. Hablando de ellos con preocupación, desprecio, o rechazo porque usaban la ropa de la hermana, se pintaban las uñas, jugaban con la cocinita o decían que se iban a cortar el pito.
En algunos casos estas inquietudes encontraban lugar en la fantasmática de la pareja de padres, o de alguno de ellos, o se armaba luego como síntoma en el niño o simplemente se disolvía en el juego.
En otras ocasiones no hay juego posible, no aparece la fantasía sino la certeza. A la pregunta respecto de ¿qué soy? en el fenómeno trans responde la certeza de ser otra cosa que lo que refleja el espejo. ¿Confirmaríamos allí tempranamente una identidad?
En muchos casos de nenas “que pasan a ser hombres” o de nenes que “pasan a ser mujeres”, encontramos la ausencia de juego por la imposibilidad de los adultos para soportar el despliegue de la fantasía infantil porque atañe a cuestiones que a los padres se les hace difícil transitar.
El trabajo de análisis sería que esas preguntas puedan desplegarse antes de anticipar una respuesta. Dar espacio a la preocupación de los padres y alojar la angustia. Dar lugar a la palabra del niño, para que pueda jugar diferentes posiciones y sus fantasías, sin intentar ubicarlo en lo que, para nosotros, pueda suponerse como un ideal.
El tiempo de la infancia es un tiempo de pregunta, y las respuestas que los chicos van formulando hay que escucharlas en función del tiempo lógico del niño y de su ubicación en relación al goce. Por eso Freud hablaba de los títulos provisorios, porque el tiempo de la maduración del cuerpo lo volverá a interpelar en la pubertad y le hará preguntas que responderá con la lógica de otro tiempo que ya no será el de la infancia.
¿Cómo entender esta dificultar de apropiarse del cuerpo que escuchamos en niños y que algunos adultos leen como “haber nacido en el cuerpo equivocado”? ¿Existe la posibilidad de nacer en el cuerpo conveniente, acertado? ¿O se trata en todos los casos de hacerse y de apropiarse del cuerpo?
Cuando nos encontramos con el rechazo al género o a la propia anatomía me parece que hay que dar lugar y tiempo a las preguntas y respuestas del sujeto, incluso porque tal vez arme un cuerpo que no necesariamente responda al clásico orden de género. Como antes decía, para el psicoanálisis ser hombre o mujer es una posición asumida por el ser hablante, en la que el sexo no es dado a priori. Es una posición diferente a plantear la idea que de hay un ser hombre y un ser mujer como algo natural, innato y que se muestra en la conducta moviéndose en el binarismo tradicional de los atributos que corresponden a los géneros masculino, femenino.[3]
El diagnóstico, trans, se hace cuando estos fenómenos se manifiestan durante los años preescolares es decir antes de la pubertad. Se indica la importancia de la detección precoz para no perder tiempo en el tratamiento, pero cómo detectar lo que todavía, por estructura, no puede decidirse. Porque que un trans de treinta años afirme que en la tierna infancia ya se sentía mujer no habilita para afirmar que un niño de cinco sea trans porque diga ser mujer. En ese caso estaríamos haciendo futurología y, por ende, este diagnóstico nos enfrenta a un problema ético.
Si un varoncito (que nunca fue hombre) se dice mujer, es indudable que un tiempo fue salteado. Porque es necesario transitar por operaciones que concluyen en la asunción de un sexo, recorrido desde ser hablado, tomar la palabra y poder elegir. Elección que, como no hay instinto, puede ponerse en juego una y otra vez.
¿A qué responde esta urgencia por definir una identidad, este apuro por encontrar rápidamente una respuesta al malestar? ¿Por qué concluir anticipadamente con una nominación?
¿No será el efecto de un discurso que plantea que TODO podría ser posible y no soporta la espera?
En otra época los padres podían llegar angustiados a la consulta pidiendo ayuda y orientación y podíamos dar lugar a escuchar la palabra del niño en su singularidad. Pero ahora, como hay un nombre que explica la aparición de determinados fenómeno, si hay consulta se hace a quienes se los supone expertos en eso.
El éxito del diagnóstico es que obtura la singularidad, la pregunta, y cierra con la respuesta: el malestar se explica por haber nacido en un cuerpo equivocado para ese ser y la solución es adecuar el nombre y género. Como los menores pueden acceder a tratamientos hormonales y posteriormente, cirugías, se cuenta con la posibilidad de construir otro cuerpo anatómico. (La biología no va a cambiar nunca). Entonces el problema pasa a estar en manos de la ley y la medicina
Se cambia el género y se reasigna la anatomía en función del género porque se identifica al género con el genital. Esto ocurre porque cuando la operación fálica no opera en el discurso fálico y genital se confunden y quedan ubicados en el mismo plano.
La ley propone rectificar lo que aparece como error, en el mismo campo binario, de ese modo “normaliza” lo que aparece como disruptivo. Pero la heteronormatividad y el modelo dual sexo/género no son realidades universales.
Los «terceros géneros» existen en muchas sociedades, tales como los xanith de Omán, los hijras de la India, los bakla filipinos, el we´wha entre los zuñi norteamericanos, los mahu hawaianos, los sarombay de la República Malgache, ciertos hombres kunas de Panamá, o en los Zapotecas los muxes (del Istmo de Tehuantepec, Oaxaca) o las nguiu (es el género lo que define la organización social, no el sexo biológico), Nadlt en los indios Navajo.
¿Cómo pensar la libre elección?
Los chicos hablar con sentido pero esto no implica que su palabra los comprometa, no pueden dar testimonio porque todavía su única posibilidad es ser hablados. Por eso no son aún sujetos plenos de derecho, responsables de sus actos (por eso decimos que es improcedente imputar a un menor). Son necesarios tiempos de lectura y escritura de las marcas para armar la historia que podrá ser contada como propia y decidir.
Alegar que un niño de 3, 4, cinco años tiene derecho a elegir su identidad sexual autopercibida libera de responsabilidad (concepto que nada tiene que ver con culpabilidad) a los padres. Concluir en una identidad, anticipa un destino, salteando tiempos ineludibles porque decidir requiere ir más allá del deseo de los padres lo cual por estructura es imposible en la primera infancia.
Sosteniendo los derechos del niño y su libertad, se le supone un Saber que no se interroga. Ubicarlo en otro género pacifica porque obtura la pregunta y la posibilidad del despliegue del deseo, que no es lo mismo que las ganas de definir. (Desear no es homologable a querer). Tal vez entre el niño como objeto de protección y control que es decidido por los otros, y el niño portador de derechos que tiene un saber propio a revelar, se está desconociendo lo particular de la lógica de los tiempos de la infancia.
[1] El fenómeno trans es una respuesta al malentendido sexual que es parte de la naturaleza del hablante [2] Ley 26.743, promulgada el 23 de Mayo de 2012 para establecer el derecho a la identidad de género de las personas. [3] Esta diferencia que planteaba al inicio entre: ser un cuerpo y tener un cuerpo es fundamental para una lectura de este fenómeno.
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