Reunión Lacanoamericana de Buenos Aires 2013
“En el fondo el placer de follar no supera al de comer. Si estuviera prohibido comer como está lo otro, habría nacido toda una ideología, una pasión del comer, con normas caballerescas. Ese éxtasis del que hablan -el ver el soñar cuando follas- no es sino el placer de morder un níspero o un racimo de uvas”. Cesar Pavese, “El oficio de vivir”. 1949.
El psicoanálisis no es ajeno al malestar de la cultura, por ello debe tener en cuenta que el síntoma toma significantes de la época para su formación, que los ideales de cada momento, los significantes privilegiados que se van recortando, determinan modos de goce, que dependen de cada quien pero además, van siendo producidos por el entramado simbólico en el cual el parlêtre está tomado. Es importante entonces hacer una lectura de los síntomas en función del momento en el que surgen. Un fenómeno frecuente en estos tiempos es el de la anorexia, y particularmente en las adolescentes mujeres.
El término Anorexia significa inapetencia -“ausencia de apetito”- y el apetito nos orienta en dos sentidos: gana de comer y apetito sexual. De hecho las marcas de goce que transmite lalengua, dan cuenta del erotismo de la organización oral y califican como “rico” o “dulce” a alguien que se quiere, se habla de chica “golosa” por prostituta, se puede escuchar: “me comí una minita”, “te morfo a besos....”
El padecimiento de la anorexia interesó al psicoanálisis desde sus inicios. En 1895, en la correspondencia que Freud mantiene con Fliess, sitúa que en las niñas, en la época de la pubertad o poco después, existe una neurosis que expresa la repulsa sexual por medio de la anorexia. Si hubo un punto de fijación ligado a la pulsión oral, podría aparecer el asco como síntoma, actuando de dique frente a la sexualidad que quedaría desautorizada. También afirma que la neurosis alimentaria paralela a la melancolía es la anorexia[1] , una melancolía en presencia de una sexualidad no desarrollada.
La anorexia aparece actualmente en los medios como un “Trastorno de la alimentación” lo cual supone un modo “natural” de comer. El psicoanálisis plantea que el armado pulsional no es natural sino que se funda a partir de la libidinización del cuerpo a través del Otro. La pulsión oral se origina en la demanda al Otro y para que se organice tiene que ingresar la falta. Es la frustración la operación que posibilita que el alimento tenga un valor simbólico y ocupe un lugar en la dialéctica sexual erotizando la zona oral. En esta lógica el papel esencial lo tendrá la actividad y no el objeto pudiendo no haber objeto alguno. Por eso Lacan sostiene que en la anorexia mental lo que está en juego no es no comer sino “comer nada” siendo que nada existe en el plano simbólico. El niño no se niega a la actividad de comer sino que, frente a la madre de quien depende, invierte la relación consiguiendo que ella dependa de él. La anorexia podría surgir como un límite, si el Otro se presenta de modo omnipotente. En esta dinámica, aunque el protagonista sea un adulto, siempre se trata de un niño que goza de que su Otro se angustie frente a él, que come nada.
En toda demanda también está implícito que el sujeto no quiere que ella sea satisfecha porque esto eliminaría al deseo, por eso apuntando a salvaguardarlo, el sujeto que tiene hambre no se deja llenar. Cuando el niño se niega a complacer a la madre, exige que ella tenga un deseo fuera de él, porque esto le abre el camino para el propio. A su vez, en esta demanda de ser alimentado hay otro sentido que la satisfacción del hambre y es un sentido sexual. Se trata de absorber al otro, en un intento de comunión, de incorporarlo al modo del canibalismo. Entonces es el niño al que alimentan con más amor el que rechaza el alimento y juega con su rechazo como un deseo.
En la pubertad el cuerpo como consistencia se pone a prueba de un modo particular, por eso es un momento propicio para que surja la anorexia. El humano es el único animal que “inicia” su sexualidad dos veces, la primera oleada es interrumpida por el período de latencia que reordena la sexualidad infantil, la segunda sobreviene en la pubertad y de modo traumático, porque no sólo hay una transformación en la forma sino que además hay una nueva irrupción de goce. Toda la adolescencia será un intento de tramitar este trauma.
En la pubertad se operan metamorfosis, el cuerpo se conmueve, parece desarmarse, disolverse o estallar; la consistencia se pone a prueba de un modo extremo cuando la irrupción de lo real requiere que lo simbólico vuelva a armar la imagen.
La clínica con adolescentes nos da cuenta de ese estallido, nos encontramos con rupturas en el armado de la imagen que como efecto producen todo tipo de desórdenes. Dado que la función de representación del mundo está en el cuerpo, en ese momento en el cual el borde se desdibuja, aparecen los desbordes. El modo en el que el cuerpo se va armando corporifica al mundo, haciendo a su imagen todo lo que lo rodea, entonces, la realidad del adolescente tiene que ver con este cambio del límite, que se traduce en las variedades de los excesos e inhibiciones. Desde el exceso absoluto, hasta la inhibición total que lleva a la parálisis. Juegos con el desborde, con estar al borde, no poder ponerse en movimiento o ponerse en riesgo y a veces el riesgo se juega en lo real y termina con la vida.
La adolescencia es la conclusión de la infancia porque hay un armado fantasmático que permitiría armar la escena del encuentro -fallido- con el cuerpo del partenaire, poniendo en juego el goce sexual. Cuando en las mujeres aparecen los pechos y las curvas y el goce irrumpe con inusitada y nueva fuerza, la anorexia puede detener el apetito. Ante la fantasía o el temor de ser gorda o puta, las anoréxicas muestran un cuerpo asexuado, liso, carente de formas que distingan, un cuerpo unisex. Es un intento de control, del dominio de las ganas; detiene las formas, detiene el deseo, detiene la menstruación.
Frente a la dificultad de ubicar a la sexualidad respecto de la falta, puede surgir la anorexia rechazando la diferencia sexual.
La anorexia no es una entidad psicopatológica en sí misma, sino un padecimiento observable en todas las estructuras y puede responder a diferentes causas, tan singulares como los sujetos que escuchemos en transferencia. Puede armarse como un síntoma, ser un acting out o un pasaje al acto. A su vez, no es equivalente el ser nada de la melancolía que lleva a no comer, que desafiar al Otro en el comer nada, que identificarse al ser anoréxica. En la melancolía la falta de libido es la causa que secundariamente produce la anorexia. En la histeria, la falta de libido, la caída del deseo, el desinterés, es consecuencia de la anorexia.
Retomo mi pregunta inicial ¿Por qué la anorexia es frecuente en la actualidad?
En el tiempo de Freud era habitual que las histéricas se desmayaran, ahora, tal vez porque no habría un hombre que las ataje en la caída, es más habitual que sufran anorexia. Hay ciertas particularidades de esta época que propician su difusión: abandono de algunos rituales sociales que ayudan a dar forma al inicio de la adolescencia, sostener el ideal de juventud de nuestro tiempo renegando de las diferencias en las generaciones - es así que cuando las niñas se hacen mujercitas las madres se rejuvenecen con botox, comparten la ropa, se emparejan con sus hijas compitiendo con ellas- y sobre todo, el ideal estético al cual se apunta hoy en esta zona del planeta que es, el de la delgadez extrema.
Además, el discurso sostiene un ser anoréxica, que propaga el fenómeno al proponer una identidad que gana adeptos entre las adolescentes. Entiendo que la “epidemia” responde a características de nuestro tiempo y se propaga como efecto de la identificación histérica, al deseo del otro.
Nadia tenía doce años y en el último mes y medio había adelgazado diez kilos. Hasta ese momento había sido: alegre, hermosa, obediente; la mejor alumna, la mejor compañera, la mejor deportista. Dos meses atrás había tenido una caída mientras hacía equitación, como consecuencia se fisuró algunas costillas. El traumatológico le indicó que usara una faja por algunos meses y que suspenda las competencias durante ese tiempo. Para su madre fue literalmente una caída y no pudo sostenerla, era un desastre, una noticia mortal. Para Nadia fue no más deporte y el usar la faja, hizo que registrara su estómago se queje de dolor y deje de comer. El médico clínico estaba pensando en una internación porque su vida corría riesgo.
La madre consultó sumamente angustiada, estaba separada y se sentía muy sola para afrontar la situación porque no confiaba en su ex marido como padre, por ese motivo su hija había pasado muy poco tiempo con él. Decía estar agotada, lloraba todo el día y no podía dormir en las noches.
El padre exigía indicaciones claras y precisas para solucionar inmediatamente el problema y los mejores especialistas trabajando en equipo para asegurarse de que no hubiera ningún riesgo. ¿No sería mejor un lugar especializado? Mi trabajo fue posible porque con él pude situar que el trabajar en equipo dependía en gran parte de que él pudiera correr el riesgo de interrogarse acerca de su papel en esa situación.
En las primeras entrevistas fui testigo de cómo Nadia se iba apagando. En el transcurso de pocas semanas la veía cada vez más cansada, pálida, ojerosa, de una delgadez extrema, a veces el hablar la fatigaba.
Fue dejando cosas: no quería salir, ir al colegio, ver amigas, venir a las sesiones porque eran cuarenta y cinco minutos que se perdía de estar con su mamá cuando necesitaba estar todo el día con ella. De todos modos esta era la única consulta que aceptaba, llevarla a la nutricionista y a la pediatra era casi imposible, no quería que la pesen, que le digan que tenía que comer.
“No soporto tener que internarla, no le puedo explicar lo que le van a hacer”, enunció la madre. Intervenir ubicando, que era el médico quien iba a decidir la internación y explicaría lo que debía hacerse, la liberó de tener que poder, y posibilitó que el padre ocupe un espacio en la escena. Fueron los tres a la pediatra y cuando ella le detalló que le iban a poner una sonda para alimentarla porque podía morirse, Nadia pidió que le den la oportunidad de intentar comer, se evitó la internación y me gané la confianza del padre.
Nadia intentaba organizar un cuerpo en común con su madre, y la comida aparecía enfrentándolas al tiempo que las obligaba a unirse. De hecho, fue el motivo de las primeras discusiones entre ellas, parecía que antes no había habido diferencia entre ambas. Hablaba en plural. “ Lo vamos a lograr, estamos tratando y vamos a salir adelante, mamá y yo”. Cuando la madre intentaba mirar hacia otro lado, la convocaba pidiéndole que le dijera qué tenía que comer porque se había olvidado de cómo hacerlo sola y que fuese al baño para que mirase lo que había hecho. Se jugaba todo el tiempo la ambivalencia entre la fusión devorante y el separarse de ella. La imitaba en todo y ante una mínima oposición gritaba sin consuelo: “si querés desprenderte de mí, cortame una pierna!!”. El comer nada ubicaba una falla en donde las diferencias eran mortales.
La anorexia era su recurso contra la omnipotencia materna, así ella era el amo y su madre quedaba pendiente de su capricho, su resistencia no se armaba en la negativa a comer, sino en el plano del objeto porque necesitaba que participara de la escena que armaba en la cual: planeaban el menú, cocinaban juntas, llenaban la mesa de comida y comía nada frente a la madre que le rogaba que por favor comiese. Ella gritaba: “yo como!!”, la madre le respondía “comés nada!!”. Gozaba angustiando a la madre y era un goce al cual no podía renunciar.
Ejercía el control y esto se jugaba en la transferencia: caprichosamente intentaba cambiar horarios; o me había extrañado y me llenaba de regalos, o no pensaba hablar, la boca cerrada desafiante durante toda la sesión.
Intentar horadar al Otro, sostener alguna falta, introducir diferencias en este discurso, conmover ese ideal, de eso se trataba en la dirección de esta cura.
Cuando quedó fuera de competencia se quebró la comunión especular, estalló el narcisismo y ambas cayeron, se rompió la maravillosa obra de arte que rebotaba en una madre perfecta. Al rechazar ser alimentada, la rechazada era la madre que se convertía en nada. Punto de alienación que sostenía la fantasmática, porque la opción para Nadia era: o se dejaba alimentar, o sostenía el deseo, en ambos casos se jugaba la muerte. De allí el intento de inscribir la falta con su desaparición, se negaba a responder jugando su propia muerte en lo real.
Cuando surgía algo que arruinaba el idilio con la madre, se encerraba en su cuarto y escuchaba una voz que le decía que ella había sido la culpable, entonces iba a buscarla y se deshacía en disculpas. La mirada ubica los bordes del cuerpo y la voz lo sostiene en pie, cuando la intrincación pulsional se conmueve en ese cuerpo que carecía de una mirada que distinga, la voz se soltaba y se presentaba en lo real.
La madre no confiaba en su ex marido como padre y este recién pudo comenzar a intervenir a partir de su implicación en la transferencia. Así Nadia se enteró que esta desconfianza y temor no le pertenecían, eran de su madre.
En el transcurso de las entrevistas con la madre se fue perfilando, la incomodidad, el susto y el desagrado ante la demanda de Nadia de que estuviera siempre disponible, lo que antes formaba parte del paisaje pasó a ser molesto. Por primera vez se encontró mirando algo más allá de su hija, retomó su profesión y apareció otro hombre en el horizonte.
Lentamente a Nadia le fueron volviendo las ganas y en este orden: amigas, colegio, salidas, comprarse ropa, ir a fiestas, bailar con chicos. Hacia el final, la madre conmovida decía “tengo que hacer el duelo por la niña”.
Antes decía que la epidemia responde a particularidades de nuestra época, y es efecto de la identificación al deseo del otro. Actualmente se han perdido algunos rituales de iniciación y en su lugar aparecen grupos que ofrecen, al modo de las sectas, modos de participar.
La adolescencia es un tiempo en que las identificaciones, los ideales se conmueven, y se hace absolutamente necesaria la pertenencia al grupo, no importa cuál, desde la iglesia al rock, lo importante es que tenga un nombre y ofrezca alguna cobertura imaginaria. Un ejemplo de esto son las adolescentes que se suman a las propuestas de aprender a “ser una princesa”, ideal al cual las jóvenes se identifican, y participan de las carreras para perder peso que proponen en internet las páginas Pro Ana. La identificación histérica produce el contagio, y el fenómeno se propaga por el sentimiento de pertenencia. Darles entidad aumenta la consistencia porque aquí se trata del ser.
Una analizante de trece años contaba que ella quería “ser Ana” y lo logró durante veintiocho días. Se sentía orgullosa de pertenecer a este grupo porque finalmente tenía un montón de amigas, virtuales. Ellas le enseñaron cómo dejar de comer y simular que sí lo hacía, si iba a una reunión familiar tenía que decir que ya había comido en otra parte, en caso de tener que sentarse a la mesa podía masticar y escupir en la servilleta o en el baño, si no podía evitar comer después tenía que vomitar. Parte de la pertenencia al grupo incluía el cortarse y tatuarse en la muñeca el peso al cuál tenía que llegar.
Durante ese tiempo no comió casi nada y tomaba agua permanentemente. Así fue que empezó a tener frío, a estar cada vez más triste, cansada, y después de veintiocho días era tal el frío y la soledad, que se tomó veinte valiums con vodka. Al día siguiente la abuela la encontró en coma, la internaron inmediatamente y lograron salvarle la vida.
En ese momento sus padres hicieron la consulta. Ella no entendía todos creyeron sus mentiras y no se dieron cuenta de que no comía, tampoco que sus profesores no hayan visto los tajos en sus brazos, ni que le hayan vendido las pastillas sin receta en la farmacia.
Su angustioso relato daba cuenta de que había hecho intentos para que la frenen pero fueron vanos. Comenzó como un juego, buscaba pertenecer a un grupo, ser admirada por otras chicas. Eligió al grupo “Pro Ana” como podría haberse hecho fans de La Renga. Luego, lo que fue un llamado para tener algún lugar en el otro, podría haberla enviado a ningún lugar.
Cuando empezó a venir estaba adormecida sin nada que le interesara. En el análisis encontró su gusto por la música y se hizo “rolinga” con una pasión inusitada. Dejó de cortarse el abdomen y los brazos y pasó a hacerse tatuajes, cortes de pelo, comenzó a darse forma con ropa acorde a su nueva pertenencia, hacerse de amigos que compartían su estilo.
Durante la adolescencia trastabillan los ideales que pacificaban permitiendo ir más allá de la agresividad constitutiva, se organizan relaciones pasionales que cambian del amor al odio rápidamente. Se necesita que esté el par dando la aprobación, al tiempo que puede volverse un intruso que amenaza con sacar el lugar. Las chicas antes de salir se mensajean con las amigas para saber qué ponerse, la forma del otro en espejo configurando la propia, el semejante funcionando casi como en el tiempo de transitivismo.
Las identificaciones se conmueven y cuando se requiere que lo simbólico vuelva a dar nombre faltan palabras. Esto ocurre porque en nuestra cultura hay carencia de escritura respecto de este pasaje, pero además, porque como ya lo señalaba Freud en “Las metamorfosis de la pubertad”, para desestimar las fantasías incestuosas, los padres tienen que ser confrontados, es indispensable cuestionar al Otro para poder avanzar. Esto derrumba el andamiaje con el que se contaba, lo que deja sin lugar, sin nombre. Entonces aparecen otros intentos de inscripción, como los cortes en el cuerpo que escriben en la piel, lenguajes llenos de neologismos, incompresibles para los que no pertenecen al grupo, y nominaciones de las cambiantes tribus urbanas: hipsters, darks, góticos, punks, que son un llamado a lo simbólico para que se encarne y forme algún cuerpo. Entre estos intentos de nominación, entiendo que el nombre que define el ser “soy anoréxica” ofrece un posible lugar de inscripción.
[1]Manuscrito G. Fragmento correspondencia con Fliess (1886.1899)
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