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Foto del escritorMariela Weskamp

ADOPCIONES. LAZOS POSIBLES. FRACASOS EN LA ADOPCIÓN

Actualizado: 18 ago 2020

Jornada anual Comisión Adopción y Familia Colegio de Psicólogos distrito XV

15 septiembre 2018

Agradezco al colegio de Psicólogos, a la comisión de Adopción y familia y particularmente a Patricia Mariscotti y Melania Lanzi que me cursaron la invitación

Me sentí causada a pensar sobre los lazos posibles en la adopción, a partir de los casos de adopciones de niños grandes, y sobre todo de aquellos casos fallidos. Aquellos en los que hubo un deseo, o una intención de adoptar y fracasaron.

Esos fracasos generalmente tienen consecuencias dolorosas, traumáticas, tanto para los niños como para los adultos que quisieron tener un hijo.

Siempre se pone el acento en lo traumático que resulta para los niños el “ser devueltos”, y es claro que así sea porque son la parte más vulnerable.

Me parece que también es importante despojarnos de la crítica que automáticamente surge ante el adulto que fracasa en la adopción, para poder preguntarnos sobre este fracaso y pensar en cómo operar o qué podemos hacer nosotros como analistas para ayudar en la posibilidad de que un niño ya grande, pueda ser inscripto en una familia.

Teniendo en cuenta, además, que cuando hablo de familia no me refiero a la edípica típica. Madre mujer, padre varón. Muchas veces hay adopciones monoparentales (las adopciones legales de mujeres solas son más frecuentes) y también de parejas del mismo sexo biológico.

Adoptar, según el diccionario, quiere decir, tomar legalmente, en condición de hijo, al que no lo es biológicamente

Es decir inscribirlo en una genealogía, en una historia familiar, en una trama. Trama que es la que preexistió a quien adopta pero que no es la trama original del niño. Sobre todo cuando ese niño ya tuvo una historia previa con otra familia o con otro grupo social, entiéndase hogar o familia de tránsito o de acogimiento, como ahora la llaman.

Tomar legalmente a un niño en condición de hijo no es un trámite, sino que es darle identidad.

Afiliarlo, inscribirlo legalmente en una red familiar, darle un apellido, nominarlo, es transmitir una marca simbólica, es darle un lugar en una línea generacional.

Para el psicoanálisis las identidades se sostienen en identificaciones y las identificaciones cristalizan en una identidad. La identidad nos permiten presentarnos con nuestro nombre y ubicarnos con relación a un sexo. Sabemos que la división subjetiva, correlativa a la introducción de la hipótesis del inconsciente, se opone a esta identidad en tanto que unidad unificadora. Pero es necesario que esa unificación se produzca para después ponerla en cuestión.

La identidad está del lado del Otro que le dice al sujeto quién es. Nos dicen quienes somos, luego nos reconocemos. Quien esté cumpliendo la función de Otro primordial marca al sujeto por venir. Esta transmisión es inconsciente, no es voluntaria, no depende de la voluntad, de lo que se quiera enseñar.

Cuando el cachorro humano adviene al mundo el inconsciente del Otro lo está esperando. Por eso es tan graciosa la pregunta de si un hijo fue deseado. Porque el deseo se va pescando en el discurso, no es algo que pueda ser expresado en el enunciado sino que se va escuchando en la enunciación.

Una cosa es cuidar, hacerse cargo por el deber de hacerlo y otra hacer de ese niño un hijo lo cual es efecto de una trama de amor, deseo y goce

Los niños son inicialmente objetos de los padres, son de los padres y luego estos los ceden al mundo. Se goza del cuerpo del bebé, y el amor y el deseo hacen de barrera a ese goce, y permiten que el “te morfo a besos” sea metafórico. Pero la apetencia materna es necesaria, porque es lo que erogeniza el cuerpo del bebé. El amor hace de barrera al goce impidiendo que se lo coma en serio, y el deseo permite no quedar capturado en la unidad narcisística con el hijo.

Sabemos que el desencuentro es de estructura y que los hijos biológicos nunca concuerdan con lo esperado exactamente. En realidad, si encajan exactamente con lo que los padres esperan es un desastre. Amamos a nuestros hijos porque nos vemos reflejados en ellos. El amor se sostiene en el Narcisismo. El tema es que si el niño realiza completamente la imagen fálica de la madre no hay lugar para el deseo ya que el deseo se sostiene de una falta.

Los padres neuróticos buscan verse reflejados en sus hijos y cuando aparece lo diferente, lo extraño se conmueven. Cuando las cosas funcionan bien los hijos tienen brillo fálico y cuando dejan de brillar o no responden a la expectativa nos llegan las consultas. El desajuste, que es de estructura, se produce cuando no reflejan el narcisismo de los padres.

En gran medida, el sentir a un hijo como propio tiene que ver con la identificación, con reconocer en el hijo algo nuestro.

Todos estos tiempos fundamentales están salteados en el caso de adoptar niños grandes. Tanto desde el lado de los que adoptan como desde el lado de los chicos.

¿Qué pasa con un niño al cual se conoce a los seis, siete, diez años? ¿Cómo hacerlo propio, cómo ahijarlo? Operaciones que no son homologables a que hacerse cargo, hacerse responsable y cuidarlo.

Cómo ubicar en ese chico a un hijo cuando no transcurrieron todos esos tiempos que tienen que ver con hacer propio a un niño para luego irlo soltando al mundo.

En muchas ocasiones, aunque se adopte a un niño y se le de el apellido, la adopción no ocurre.

Mariano tenía cinco años. Sus padres habían venido a pedirme que le hiciera un psicodiagnóstico porque el colegio lo exigía como condición para su permanencia. Ellos venían sin preguntas, ya que sabían perfectamente la causa de los problemas de lenguaje del hijo: era hereditaria. Como Mariano era adoptado y les habían dicho que en su familia biológica “todos habían hablado tarde”, se trataba de esperar.

A lo largo del análisis hubo, casi sin variación, un abismo infranqueable entre el decir de los padres y el padecimiento de Mariano. Esto me permitió afirmar que no había posibilidad, desde el lado de los padres, de que reconocieran y adoptaran a ese niño.

Ella explicaba la causa de cada conducta de Mariano a partir de su certeza de que, en ese momento, “la madre” -así llamaban a la madre biológica- estaba embarazada.

Mariano les había sido entregado en adopción cuando tenía un mes y nunca habían vuelto a tener contacto con “la madre” ni con su entorno, a pesar de esto, todo el tiempo se referían a “esa familia” y adjudicaban los comportamientos del niño, a lo que suponían estaría ocurriendo, en ese momento, en “su familia”. De ese modo, si Mariano gateaba como un bebé, ella decía: “eso lo hace porque la madre está embarazada de nuevo, ¡estoy segura!”.

La posición de la madre resultaba inconmovible, era imposible interrogar su certeza o intentar acordar. Exigía una devolución optimista para llevar al colegio. El único punto en que me pedía saber era cómo contarle a Mariano lo que llamaba “su historia”. Sabía de la importancia de informar a los niños sobre la adopción. Estaba empecinada en que supiera su origen y para eso le mostraba frecuentemente un video que había sido filmado en el momento que se efectuó la adopción en un establecimiento público. Tenía la esperanza de que hiciera comentarios, pero quedaba decepcionada porque “no preguntaba nada”. Ella le suponía un saber, más allá de lo ellos pudieran transmitirle. Además, para explicarle su origen, lo único que le repetía -por su cuenta, sin que el niño preguntara- era que él había estado “en otra panza”, sin velar con ninguna imagen a esa “panza”, ni insertarlo en ninguna historia.

En ese recorte se lee que estos padres que adoptaron a este niño al mes de vida, casi recién nacido, no pudieron hacerlo su hijo, no lo reconocían como propio.

De todos modos, sabemos que hay muchas más chances de que la adopción sea exitosa cuando se trata de un bebé. Es mucho más complicado en el caso de niños grandes. El tiempo del reloj pasa a ser un factor fundamental.

En los primeros cuatro, cinco años de vida se definen las operaciones psíquicas fundamentales que nos constituyen. Identificaciones, transito edípico, inscripción de la operaciones de frustración, privación, castración.

Todas estas operaciones, si bien son lógicas, se inscriben en una temporalidad que importa, ya que la clínica nos demuestra, que pasado determinado tiempo prescribe la posibilidad de inscripción.

Eso hace que meses más, meses menos definan el futuro de un niño.

¿Qué pasa con un niño que vivió en un hogar, que vivió con otra familia o que estuvo en la calle?

Inicialmente es un extraño. ¿Por qué quién o quiénes adoptan deberían quererlo?, ¿por qué debería gustarles? Si tal vez tiene rasgos que resultan fuera de lo familiar. ¿Qué pasa cuando no reconocemos nada propio en ese niño?

Esto que resulta raro, extraño, puede transformarse en amenazante.

Tomo del trabajo de Patricia Mariscotti. Adoptar trata de una vinculación a una familia. Para lo cual se abre la pregunta: cuál es el deseo de una y otra parte y cuál el ideal y en ultima instancia la necesidad articulada, no a lo biológico, sino a la de construir una identidad respecto a la pertenencia, dentro de un linaje.

En los casos de adopción de niños grandes. ¿cómo se ven en los ojos del otro que los recibe?

A veces domina el rechazo frente a lo extraño, lo diferente y entonces no hay posibilidad de inscribir a ese chico como propio, de afiliarlo en una red de parentesco.

Los chicos, que ya han sido abandonados ponen a prueba el rechazo. Y cuando está, lo registran sin necesidad de que se enuncie. Cuando quien debería alojar expulsa, usualmente los chicos redoblan la apuesta. También, generalmente, cuando la adopción no funciona, los chicos se suponen culpables del fracaso.

Una analizante consultó luego de una adopción fallida. El niño que había adoptado la doblaba en altura, tenía gustos muy formados que le molestaban, su tono de voz le parecía altísimo, escuchaba música que a ella le desagradaba. Pero se sentía en la obligación de quererlo porque había deseado muchísimo ser madre, había pasado mas de diez años haciéndose tratamientos médicos y luego seis años en lista de espera para adoptar participando en todas las reuniones a las que se la convocaba.

Era enorme su deseo de ser madre, cuando la llamaron del juzgado no podía más de alegría, estuvo nerviosísima en las entrevistas porque temía que no la aceptaran, cuando le avisaron que había sido elegida fue el día más feliz de su vida. Pura ilusión, pero cuando conoció al nene que por fin le habían otorgado, no se encontraba siendo madre de ese niño. Registró sus dudas, pero del hogar “la apuraron” para que se lo lleve a vivir con ella. No sabía cómo manejar a un púber que no quería ir al colegio, pegaba a los compañeros, robaba cosas, rompía todo en la casa, la desafiaba, intentaba pegarle. El nene se le hizo cada vez más extraño y amenazante, empezó a fantasear que tal vez sería más grande, que tendría doce o trece años, en vez de diez como le habían dicho. Pidió ayuda en muchas ocasiones y sentía que no la escuchaban, que la hacían sentir culpable, que la aceleraban para concretar la adopción. Esto le generaba más rechazo, la demanda estaba totalmente invertida. La vida cotidiana se hizo imposible, el niño le gritaba que apenas pudiera se iba a escapar porque no quería ir al colegio. Ella suponía que podría hacerlo porque había vivido en la calle hasta los nueve años. Finalmente, después de casi un año revocó la guarda y decidió empezar análisis porque se estaba volviendo loca de dolor.

Entendía que podría haberse “quedado con el nene” pero que nunca lo iba a sentir su hijo, también que si lo hacía, era por obligación, pero se iba a arruinar la vida.

Escuchando el dolor de esta mujer pensaba lo importante de no culpabilizar. Porque cuando se culpabiliza el otro se defiende y aparece la paranoia y la pregunta ¿qué me quieren?, ¿qué quieren de mí? Aparecen los organismos oficiales en el lugar de los que demandan y quieren imponer.

Una cosa es comprometer a alguien con su padecimiento, con su decir y otra es la culpa. Es imposible no culpabilizar cuando nos enojamos. En este caso me di cuenta de que, si se hubiera “quedado con el nene”, tal como estaban las cosas, ambos se hubiesen arruinado la vida. Porque no se puede adoptar a un niño por obligación.

El problema es cuando no aparece algo amoroso, cuando lo diferente provoca rechazo, cuando se expulsa lo que no encaja con el ideal; cuando lalengua, el bagaje cultural todo lo que un chico ya trae es sentido como extraño y asusta.

Generalmente cuando un chico está en un medio extraño afianza su “identidad”. En todo caso esto es lo que hay que conmover. Alguien tiene que poder escuchar.

Del lado de quienes van a adoptar, ¿Cómo se crea el deseo de hijo? ¿Se puede lograr que alguien ame a un niño? Esto no es voluntario, no es lo mismo desear que querer.

Como decía antes, el deseo se ubica en la enunciación más que en el enunciado. Se trata de escuchar el discurso de unos y otros y darle lugar al malentendido.

Respecto de la vinculación creo importante el acompañar a las familias, anticipar las dificultades esperables (violencia, desafío, robos), ubicar las expectativas desmedidas. Por ejemplo: ¿Cómo pretender que un niño que vivió en un hogar hasta los cinco años vaya a un colegio privado bilingüe? ¿Cómo esperar que una nena que estuvo en la calle tenga modales en la mesa? Es preciso ubicar que ese niño no es un objeto que ocupará un lugar idealizado para los que se proponen adoptar.

Es importante trabajar con la familia postulante antes de la adopción para saber dónde va a entrar ese niño. Es primordial que los profesionales no intenten forzar ni cambiar situaciones sino, en todo caso, que traten en la medida de los posible, de anticipar posibles conflictos.

También es necesario trabajar con los chicos y hacer de lazo entre ellos y la familia que se postula para adoptarlos.

En ocasiones en los hogares les dicen a los chicos: “portate bien porque sino te devuelven”, los instan a que llamen “mami” y/o “papi” a las personas que se postulan. A veces los chicos no tienen idea de lo que es una familia, ¿por qué forzar con una nominación antes de tiempo?

En ocasiones los equipos de psiquiatras, psicólogos y trabajadoras sociales, que se ocupan de la selección de los matrimonios, parejas o personas que se postulaban para ser padres por adopción, parten de una desconfianza básica de los postulantes.

Es importante respetar el deseo de familia que trae cada chico y el de hijo que supone cada adoptante, sin intentar imponer ideales del lado de los profesionales. Es primordial no forzar situaciones, intentando que quienes se proponen para adoptar, acepten hijos o hijas que no desean o no se sienten capaces de ahijar o que se incluya a niños o niñas en familias que no son compatibles con su deseo para que no sigan institucionalizados.

Por otra parte, es necesario que los tiempos del reloj no se extiendan más allá de lo indispensable ya que es muy difícil encontrar familias para niños mayores.

También es complicado dar lugar a la pretensión de encontrar familias para grupos numerosos de hermanos con el propósito de no separarlos. Si bien esta podría ser la solución ideal, muchas veces termina siendo una trampa de espera y permanencia de estos niños en situación de institucionalización y sin vínculos reales entre ellos ya que los más grandes van a parar a distintos hogares que los más chicos.

Por otra parte, del lado de las familias que adoptan, en ocasiones se ven forzados a adoptar hermanos sin que esto se sostenga en un deseo de hacerlo.

En ese tiempo de vinculación me parece esencial que los profesionales que toman a cargo esta tarea no culpabilicen. Creo indispensable que den el espacio para que, tanto los adultos como los chicos, puedan hablar de lo que no funciona de lo que no soportan.

No se trata de evaluar a quienes se postulan para adoptar, sino de hacer un trabajo con ellos. Con esto me refiero a que es preciso dar lugar al malestar, darle espacio a la incomodidad, porque sino retorna del peor modo que a veces no es cancelar la adopción sino adoptar por obligación. Lo cual también es una catástrofe.

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