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Foto del escritorMariela Weskamp

INTERVENCIONES EN LA CLÍNICA CON ADOLESCENTES

Actualizado: 18 ago 2020

Panel. JORNADAS EFBA 2008.

En la clínica con adolescentes, intentamos tramitar aquello que acontece luego de la metamorfosis de la pubertad.

En líneas muy generales se podría pensar que en el armado de la neurosis hay un movimiento, desde la niñez, en donde se participa de la fantasmática parental, hacia la constitución del fantasma y la ilusión de la apropiación del cuerpo en la conclusión de la adolescencia.

La adolescencia sería ese tiempo que transita desde la pubertad hasta el momento en que se puede sostener el encuentro (fallido) con el cuerpo del partenaire y con el goce sexual. Período que culminaría con una salida hacia la exogamia, con poder ubicarse dentro de alguna red social, en algún lugar diferente del familiar.

Esto es absolutamente relativo a cada quien y en esta época se extiende a veces de modo insoportable para los padres.

Metamorfosis de la pubertad. Cambio: forma del cuerpo-irrupción de goce.

El humano es el único animal que “inicia” su sexualidad dos veces, la primera oleada es interrumpida (no cancelada) por el período de latencia que da cuenta de la represión del Edipo y reordena la sexualidad infantil que queda oculta.

La segunda sobreviene en la pubertad en donde se opera una metamorfosis, una transformación de una cosa en otra. Cambio que se manifiesta no solo en la variación de forma, sino también en las funciones y en el género de vida.

Nos dice Freud que es el tiempo en el cuál se introducen las mudanzas que conducen la vida sexual infantil a su conformación definitiva. La pulsión sexual se encontrará con el objeto. Las zonas erógenas quedan bajo el primado de la zona genital. La sexualidad tendrá la posible consecuencia de la procreación.

Todo esto que, para palomas y perros transcurre naturalmente, al humano le resulta verdaderamente traumático y va a intentar tramitarlo durante toda la adolescencia.

¿De qué cambio se trata? Por un lado, hay un cambio en la forma, además hay una nueva irrupción de goce.

En este tiempo el cuerpo parece desarmarse, disolverse o estallar. Habrá otros momentos en los que se pondrá a prueba, pero ésta, en todo caso es la más brusca por ser la primera, no tiene antecedentes.

El cuerpo se construye, se arma, todo lo que viene dado genéticamente, no tendrá efecto sin el intercambio con el Otro y se modifica a partir del intercambio con el Otro.

La mirada del Otro primordial ubica los bordes del cuerpo y para que este se sostenga y no caiga por su peso una palabra debe sostenerlo en pie. Es necesaria la intrincación pulsional, el enlace entre voz y mirada que arma la trama para que las otras pulsiones se organicen. Peso y Consistencia dan cuenta de este entramado en el cuerpo: la consistencia que da la mirada y el peso de la voz que lo sostiene en pie, que permite que se esté bien parado. El peso atañe a la gravedad, a lo que sostiene la posición erecta y la consistencia a la permanencia, a la coherencia entre los elementos de un conjunto, que es lo que da persistencia, trabazón, solidez. La idea de sí como cuerpo tiene el peso del narcisismo que es lo que soporta al cuerpo como imagen, lo que le permite sostenerlo en pie, erguido.

Lo imaginario incluye a la imagen y además, es lo que mantiene unido, es la dimensión de la estabilidad y la flexibilidad que acompaña a la imagen, es la consistencia del cuerpo en tanto lo creemos vivo, en tanto es un cuerpo que se goza. El cuerpo es la consistencia, lo que mantiene unido, lo que no se evapora.

Entonces cuando hablo de cuerpo no me refiero solamente a la imago libidinizada que se precipita en el estadio del espejo, sino, además, al cuerpo que es modelado por lalengua. Lalengua transporta el goce que liga el organismo a su imagen, permitiendo que el cuerpo goce de objetos.

El enlace entre el cuerpo y la palabra, es el lenguaje soportado por el deseo del Otro, el sonido con el goce que transporta. El sonido de lalengua, transmisor de goce, donado desde el amor y sostenido por el deseo.

Este enlace llevará la marca de la manera bajo la cual los padres han aceptado a un niño. La modalidad particular de enlace entre amor, deseo y goce, de los padres armará un cuerpo particular para cada quien.

Amor, deseo y goce son entonces tres consistencias diferentes y necesarias que deben anudarse para que el cuerpo se arme. Esto quiere decir, tenga forma, se ponga en movimiento y goce de la vida.

El amor da forma, el deseo pone en movimiento y el goce introduce lo vivo en el cuerpo permitiendo el encuentro siempre fallido con el objeto.

Si amor, deseo y goce no están enlazados, el cuerpo no tendrá consistencia.

El cuerpo pondrá a prueba su consistencia de un modo casi extremo en la pubertad. Es un momento límite, en el que una forma cambia para transformarse en algo diferente y la irrupción de lo real requerirá que lo simbólico arme nuevamente la imagen.

La clínica con adolescentes nos da cuenta de este límite. Nos encontramos con rupturas en el armado de la imagen que, como efecto, producirán todo tipo de desórdenes.

Dado que la función de representación del mundo está en el cuerpo, en este momento aparecen los desbordes que tienen que ver justamente con este borde corporal que se desdibuja. Porque el modo en que el cuerpo se va armando, corpo-reifica el mundo, haciendo a su imagen todo lo que lo rodea.

Entonces la realidad del adolescente tiene que ver con este cambio del límite, que se traduce en las variedades de los excesos e inhibiciones.

Juegos con el desborde, con estar al borde, ponerse en riesgo y a veces el riesgo se juega en lo real y termina con la vida.

Las identificaciones edípicas, los ideales, todo aquello que pacifica porque permite ir más allá de la agresividad constitutiva, se vuelve a poner a prueba en este momento en que los cambios corporales de la pubertad producen “fragmentaciones yoicas”, generando como efecto la tendencia agresiva que emerge cuando la imago es puesta en peligro.

Este es un tiempo en el que vuelve a ser necesario rearmar la imagen del cuerpo con la forma y el deseo del otro. Pareciera que vuelve a aparecer algo del transitivismo ya que, al igual que en el momento inicial de armado de la imagen, se organiza una relación pasional con el semejante, que puede virar del amor al odio en segundos. Se necesita la forma del semejante confirmando la propia, organizando el deseo, al tiempo que amenaza con sacar el lugar.

En este momento en que las identificaciones se conmueven, se hace necesaria la pertenencia a un grupo, no importa cuál. Lo importante es que proponga un nombre y de una cobertura imaginaria.

Por ejemplo, desde hace más de diez años hay cientos de páginas en Internet que proponen seguir a Ana (por Anorexia) o Mia (por Bulimia)

Muchas adolescentes necesitan un lugar de pertenencia y se suman al grupo. Algunas veces terminando con trastornos anoréxicos a partir de identificarse (de modo histérico) con estas chicas que se lo proponen. Como las chicas del internado de las cuales nos hablaba Freud.

No intento ubicar a la anorexia como fenómeno dentro de la histeria simplificando la cuestión. Digo que, a veces, nos encontramos con cuadros de anorexia dentro de una estructura histérica.

Una analizante de catorce años contaba que ella quería ser Ana, lo logró durante veintiocho días.

Se sentía tan orgullosa de pertenecer a este grupo, por fin tenía un montón de amigas, virtuales, sólo se contactaban por Internet. No comió nada excepto chupetines y chicles y tomaba agua todo el tiempo. Le enseñaron a masticar y escupir en la servilleta o en el baño. Decir que ya había comido en otra parte, tatuarse el peso al cuál tenía que llegar en la muñeca, cortarse el abdomen y los brazos.

Empezó a tener muchísimo frío, a estar cada vez más triste, cansada, dejó de menstruar.

Después de los veintiocho días era tal el frío y la desesperanza, que se tomó veinte valiums con vodka. La encontraron en coma al día siguiente y lograron salvarla.

En ese momento sus padres se preocuparon e hicieron la consulta.

Ella no entendía cómo habían creído sus mentiras y no se habían dado cuenta de que no comía, tampoco que sus profesores no hubiesen visto los tajos en sus brazos, ni que le hayan vendido las pastillas sin receta en la farmacia.

Su angustioso relato da cuenta de que fue haciendo intentos para que la frenen pero no la tomaron en cuenta.

Esto comenzó como un juego, buscaba pertenecer a un grupo, ser admirada por otras chicas. Eligió al grupo Pro Ana como podría haberse hecho fans de La Renga.

Luego, lo que fue tal vez un acting, un llamado para tener algún lugar en el Otro, podría haberla enviado a ningún lugar.

En la adolescencia se hace necesario pertenecer a un grupo que, como masa contiene a lo informe, pero al mismo tiempo aparece como posible la soledad del encuentro sexual, y esto a veces resulta insoportable.

La pubertad sería la conclusión del tiempo de la infancia ya que es el momento en el cual el fantasma hace su primer armado.

De este modo se estabiliza la pulsión, y se organiza un modo de elección de objeto que puede articularse retroactivamente con la neurosis de la infancia. Entonces el encuentro con el objeto va a ser posible porque el fantasma da soporte al deseo, sosteniendo la relación entre el sujeto y el objeto. Lo que permite acceder al acto sexual sin enloquecer.

El armado fantasmático da cuenta de la intrincación pulsional, porque tal como lo dice de un modo precioso Sergio Staude: En el fantasma el sujeto, como el pintor, aprovecha el marco –posibilitado por la voz- para pintar, para proyectar ahí una escena donde ubicarse. Esto va a implicar que allí va a estar representado sin alcanzar a reconocerse por entero en él. Si el fantasma es tiempo de espera es porque ahí el sujeto deberá advenir.

Porque el fantasma acompaña armando la escena, el acto sexual se hace posible. Podría ponerse en juego el estar a solas con el cuerpo del otro así como el goce en el acto sexual. Este encuentro sexual, que es por estructura desencuentro con el otro, a veces no puede soportarse y se apela al grupo.

Una analizante, mientras tenía su primera relación sexual con un pibe, mandaba mensajes de texto a las amigas para irlas participando. No podía sostener la escena a solas. Lo que le interesaba de la situación era compartirla con sus amigas, pertenecer al grupo de las que ya habían tenido relaciones sexuales, poder contarles. Es obvio que no sintió nada relativo al goce sexual en lo que fue un verdadero desencuentro.

Otra paciente contaba que cuando iban a bailar con sus amigas tomaban muchísimo antes, en el pre-boliche, después, cuando algún flaco les gustaba empezaban de a dos o tres a besarse delante de él. Lo erótico de la escena, era la ruptura del límite, la situación de trasgresión, en todo caso el objeto sexual eran los flacos que mirando se excitaban y no las amigas con las que se besaba.

Para ella se jugaba el romper el freno al alcohol y en mostrarse “trola” cuando era muy recatada y todavía virgen.

En ese sentido me llama la atención la cantidad de estas situaciones de desenfreno grupal que cuentan los adolescentes donde luego el acto sexual brilla por su ausencia.

El resumen del sábado a la noche puede ser: me transé tres flaquitos o me comí un par de minitas. Bailando, frente a todos, puro beso, después no pasa nada más.

En este momento (además del cambio en la forma) el goce irrumpe requiriendo que lo simbólico reorganice lo imaginario y pareciera que no hay palabras que den cuenta de esta modificación corporal.

Faltan palabras, en parte, porque tal como Freud lo señalaba, para poder desestimar las fantasías incestuosas los padres tienen que ser cuestionados. Es necesario este tiempo de ir en contra, de cuestionar al Otro para poder avanzar. Pero esto va a implicar la caída de un andamiaje que deja sin lugar, sin nombre.

Entonces aparecen otros intentos de inscripción como los cortes en el cuerpo, que escriben en la piel.

Lenguajes incomprensibles plagados de neologismos.

Surgen distintos tipos de nominaciones: darks, emos, flogers, punks, que son un llamado a lo simbólico para que se haga carne, se encarne, tome forma y arme un cuerpo.

Se pone a prueba el armado del cuerpo y, en ese momento, marcas no inscriptas en lo simbólico retornan en lo real. No me refiero a la forclusión del significante del nombre del padre sino a otro tipo de forclusiones en donde falla algo de la nominación sin tratarse de una estructura psicótica.

La consistencia de la intrincación pulsional se pone a prueba y, a veces, la voz y la mirada retornan en lo real. Es así que algunos adolescentes neuróticos se saben mirados o escuchan voces.

Un analizante cuando salía a la calle escuchaba que lo insultaban y se burlaban de él. Sabía que no eran voces reales, pero las escuchaba en la realidad y se asustaba mucho. También estaba seguro que todos lo miraban en el subte y lo “sobraban”, pero su seguridad no era la certeza psicótica.

En el trabajo de análisis la fobia se fue armando, produjo síntomas, para después ceder.

Inicialmente dormía durante todo el día y pasaba toda la noche tomando, consumiendo lo que fuera, pero en exceso.

Se va recortando el miedo: a hablar fuera de los espacios familiares, a llamar por teléfono para pedir información de lo que fuera. A mostrase en cualquier escena pública. Si entraba a un negocio se quedaba paralizado y sin voz, ya que le parecía que todas las “minas” se estaban burlando de él y se daban cuenta que era un idiota.

Cuando conoció la UBA semejante edificio le parecía imposible, nunca iba a poder acceder ¿cómo enterarse de los trámites necesarios para el ingreso?

El encuentro sexual con las mujeres que le interesaban lo inhibía a tal punto que le producía impotencia, solo las podía abordar después de haber tomado alcohol y pastillas. Esto lo angustiaba porque temía ser homosexual.

Los síntomas fóbicos reinaron un tiempo en el cual fueron dando forma al cuerpo.

Al cabo de un par de años ingresó a la facultad donde pudo verse como un estudiante entre otros, se apropió de una nominación familiar y se afilió a un partido político. Esto le dio peso, le permitió plantarse y tomar la voz en variadas escenas. Se sostuvo como militante y actor.

Es así que empezó a invitar a alguna chica que le gustaba para que lo mire en el escenario y después podía tener un encuentro sexual con ella. En los últimos tramos de su análisis seducía a compañeras del partido porque se mostraba interesante y decía cosas inteligentes.

Intervenciones

Decía al inicio, que en este tiempo tenemos que operar tramitando con lo que ocurre luego de la metamorfosis de la pubertad.

Me parece en este punto que es importante ser cuidadoso en hacer diagnósticos de estructura en la clínica con adolescentes, no porque crea que la estructura no está ya organizada, sino porque a veces surgen fenómenos que pueden parecer psicóticos o perversos y no se corresponden con la forclusión o la renegación.

En ese sentido me parece riesgoso convalidar una elección de objeto a partir del tipo de práctica sexual ya que a veces el que las chicas elijan chicas o los varones otros varones, no tiene que ver con una elección homosexual sino con no poder sostener aún el encuentro con el otro sexo. Si se interpreta en esa línea puede aparece el rechazo, o la huída del paciente o peor aún, la convalidación de la elección para darle el gusto al analista.

A veces tengo la sensación de que se trata de un equilibrio difícil entre: no convalidar el descontrol, pero sin intervenir de modo represivo porque esto inevitablemente produce un acrecentamiento del exceso.

En este tiempo de acompañar hacia el armado de alguna forma, diría que, al menos en mi práctica, no es lo más usual proponer el trabajo en el diván. No estoy intentando transmitir ninguna técnica, sino contando la modalidad que generalmente me resulta.

Me parece que cuando falla la consistencia nos encontramos con padecimientos que no son sintomáticos, por eso muchas veces en la dirección de la cura se trata de producir un síntoma y sostener durante un tiempo su sentido. Cuidando de no interpretarlo rápidamente para su resolución.

En la dirección de la cura diría que se trata de conducir hacia la exogamia, acompañar el encuentro con el otro sexo (no me refiero al género másculino/femenino) y la ubicación en algún lugar de intercambio social que propicie el lazo con otros.

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